Buenos Aires, 29/03/2024, edición Nº 4955
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El señor de la luz

Maurice Renard
Traducción de César Aira

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Charles Christiani, joven historiador, decide ir por unos días a La Rochelle. Antes lo distrae una excursión a la isla de Aix en elBoyardville, donde conoce a una muchacha de quien se enamora a primera vista. Poco tarda también en descubrir que se trata de un amor prohibido: ella es Rita Ortofieri, pertenece a una familia corsa enemistada con los Christiani desde los tiempos de Napoleón: son como Montescos y Capuletos. Un pedido lo obliga a viajar a otra posesión familiar, el castillo de Silaz, donde los caseros han descubierto —por la noche, tal como debe ser— un fantasma y claman despavoridos por la presencia del señor. Armado de paciencia ante esas supersticiones de provincia, Charles enfrenta el enigma para descubrir un secreto preservado por los años, el secreto de los cristales del señor de la luz, que revelará la intriga entre Christiani y Ortofieri y cambiará para siempre su modo —y el nuestro— de mirar la historia.

Para contar esta narración extraordinaria, Maurice Renard apela a todos los procedimientos de la novela decimonónica y les aporta la velocidad luminosa de un estilo incomparable: la belleza de una pincelada marina, la dicha de una definición oportuna, un retrato de los personajes que nos remite a las profundidades admirables de la literatura alemana romántica tanto como a los perfiles perfectos que trazaba Julio Verne.

 

Maurice Renard nació en Châlons-sur-Marne el 28 de febrero de 1875 y murió el 18 de noviembre de 1938 en Rochefort. A los diez años se trasladó con su familia a una finca de Reims; su padre, Achilles, había sido nombrado presidente del tribunal de instancias. La familia era “una familia laboriosa, ornada de virtudes ancestrales y fiel a sus prejuicios”. Temprano descubrió a Edgar Allan Poe en la traducción de Baudelaire y su destino literario quedó sellado. Después, a Hoffmann y a los románticos alemanes (de quienes por genealogía artística procede Poe), a los narradores escandinavos, a Erckmann-Chatrian (el orden, por supuesto, no es jerárquico). El teatro resultó una pasión precoz.

 

Escribe: La langosta, boutade patológica en un acto y seis alucinaciones casi simultáneamente con un homenaje a Victor Hugo: Vox saeculi. Después, una serie de imitaciones (del japonés medieval, del siglo xviii francés) de técnica muy avezada: forma parte del entrenamiento de ser uno mismo ensayar lo diverso. La obra de madurez da muestras de una imaginación absolutamente única y de una pasión inveterada por la literatura.

 

De los títulos, el más famoso de todos es Las manos de Orlac (1921), que fue llevado al cine en varias oportunidades (en 1924 por Robert Wiene, con Conrad Veidt; en 1934, por Karl Freund, con Peter Lorre, entre las más famosas). El film tuvo una gran repercusión (la segunda versión es la que ve el Cónsul en Bajo el volcán de Lowry). Otros títulos: Fantômes et fantoches (1905), Le Docteur Lerne, sous-dieu (1908), Le péril bleu (1912), Monsieur d’Outremort (1913), L’Homme truqué (1921), Un homme chez les microbes (1928), Le professeur Krantz (1932). El señor de la luz es de 1933.

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