Buenos Aires, 20/04/2024, edición Nº 4977
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El sóftbol renace en el Bajo Flores de la mano de inmigrantes venezolanos

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(Barrio de Flores) Ron, hervido de gallina y pan, arepas y empanadas típicas. Un “chamo” que retumba a cada rato. Son las nueve de la noche de un sábado de comienzo de torneo, de un deporte que está renaciendo en la Argentina: el sóftbol. Lo que parece ser un potrero de Caracas, es el límite entre Flores y Bajo Flores, a metros del cementerio y villa la 1-11-14.

Hasta hace pocos meses, en la Liga porteña de Sóftbol para mayores de 35 años había tres equipos. Pocos, teniendo en cuenta la buena posición mundial que tiene Argentina en cada competencia. Pero con la llegada de venezolanos a Buenos Aires, y el boca a boca que los invitaba a sumarse, se formaron nueve equipos más. Para ellos, el sóftbol es lo que para nosotros el fútbol. Y desde el 1° de septiembre están disputando un nuevo campeonato.

En total, entre menores y mayores y jugadores de béisbol y sóftbol, los venezolanos llegan a más de un centenar jugadores. Todos los equipos tienen, por lo menos, tres o cuatro venezolanos. “Pero esperamos muchos más. Queremos llegar a los quince equipos. Las estadísticas dicen que cada viernes aterrizan 600 venezolanos en Ezeiza”, asegura Jaime Matos, oriundo de ese país e integrante del equipo Venezuela.

Aunque suele confundirse con el béisbol, un deporte similar, tienen diferencias de reglamento, cantidad de entradas y tamaños de bates y pelotas.

Los que saben dicen que la meca porteña del sóftbol fue el barrio de Flores. Por muchas razones. La primera, por el club DAOM, donde el deporte se practica desde 1950. Y donde ahora están construyendo otra cancha por la demanda. El segundo motivo es que la liga estaba en esa zona. Y la tercera, por un entrenador de San Lorenzo, que armó los equipos buscando a los chicos del barrio. Convencía a sus papás prometiendo buscarlos y dejarlos en la puerta de sus casas tras cada entrenamiento. El sóftbol, en los 70 y 80, hasta salía en las secciones deportivas de los diarios. Más adelante, el espacio sería reemplazado por el rugby.

El sóftbol porteño revivió. Los venezolanos vienen solos. A los argentinos todavía tenemos que salir a buscarlos, pero de a poco se suman sin dudarlo“, explica Gustavo Crespo, argentino y jugador de Piratas celestes, y referente de la liga. En la Ciudad se puede practicar en Vélez, Ferro, Comunicaciones y en el instituto Nichia, en Almagro.

“Esto es calidad de vida”, dice Alwinson López (52). Lo comenta sentado en la tribuna de una de las canchas del DAOM, mientras un grupito de compatriotas -con una botella de ron en la mano- pasa y lo saluda. Hace cinco horas que Piratas negros, el equipo de López (son 8 venezolanos, la mayoría trabaja en restaurantes), terminó su partido, y él sigue en el club. Lleva cuatro meses sin faltar, pasándose el día entero aquí adentro. “En la semana trabajo y el sábado juego y disfruto el día. Es venir y relajarme, como un escape”, agrega. A eso se refiere con “calidad de vida”.

Alwinson se crió jugando al y al sóftbol en la calle. Como la gran mayoría de los niños venezolanos, se la pasaba con palos de escoba y chapitas o pelotas de papel o de goma. “Los mejores jugadores venezolanos del mundo comenzaron así“, cuenta. “Eso sirve para agudizar la vista. El que se crió viendo esas chapitas puede ver todas las pelotas que le lancen”.

Ya se cumplió un año de su llegada a Buenos Aires. En Caracas, recuerda, hasta había dejado de jugar. La inseguridad (alcanzó los 120 homicidios cada 100 mil habitantes, superando a la ciudad hondureña San Pedro Sula) hizo que mucha gente opte por limitarse a salir de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. López tenía un trabajo en el área de telecomunicaciones, pero sintió que “el norte estaba en el sur”. Temía por la hiperinflación y pidió el pase y viajó a Buenos Aires. Antes, había vivido tres años en Bogotá, Colombia.

El venezolano mantiene eso de conectarse a Internet y escuchar por radio los partidos de nuestra liga desde el rincón del planeta en el que se encuentre”, asegura. Así fueron sus primeros meses en Buenos Aires, extrañando y siguiendo a Navegantes de Magallanes, su equipo. “Esto nos cambió la vida a los venezolanos en Argentina. Es desestresante para muchos de nosotros. En Colombia no vi un solo bate y no estoy al tanto de que esto ocurra con otra comunidad de compatriotas en el mundo”.

“Muchos aterrizan en el vuelo de los viernes y el sábado ya están acá, jugando”

Estoy convocando jugadores de sóftbol, para jugar y competir en una liga de Capital Federal. Deben ser venezolanos mayores de 35 años. Queremos formar un equipo de compatriotas“. Palabras más, palabras menos, así fue el estado que Jaime Matos publicó en la página de Facebook “Venezolanos en Buenos Aires“. Lo acompañó con la foto de la chaqueta del equipo. Los comentarios no tardaron en llegar. De a decenas. “¿En serio?”, “¿Sí se juega Sóftbol en Argentina?”, fueron algunas de los más de setenta respuestas que recibió.

Jaime, que en Buenos Aires comenzó trabajando en un restaurante y hoy es taxista, hizo la propuesta con la idea de formar el primer equipo de venezolanos de la liga. Fue hace un mes. Hasta el momento tiene un plantel de 32 jugadores; se llaman Venezuela y ya ganaron un cuadrangular. A los menores de 35 años los contactó con el organizador de la liga de béisbol.

Fue como un boom para el venezolano. El boca a boca está logrando que lleguen compatriotas nuevos cada sábado. Muchos aterrizan en el vuelo de los viernes y al día siguiente ya están acá. Algunos me escriben desde mi país: me dicen que ya tienen pasajes para venir, y que se van a sumar. No pasa un día sin que alguien me contacte para jugar. Todos los equipos argentinos tienen a varios de nuestros jugadores. La meta es formar dos equipos más sólo de venezolanos”.

Venezuela juega o se entrena con bates y guantes prestados. Las camisetas fueron donadas por Gustavo Crespo. El resto de la indumentaria se completa con lo que cada uno pueda conseguir. Es que nadie imaginaba terminar jugando en Argentina, y comprar aquí les resulta muy caro. Con los $ 6.000 que cuesta un bate, en Venezuela compran 20, y de mejor calidad. Por eso ya se los están encargando al primer amigo o familiar que esté por viajar a Buenos Aires. Algunos jugadores del plantel, después de cada partido, venden arepas, empanadas venezolanas y otras comidas típicas.

“Otro objetivo es que los niños que acompañen a sus papás comiencen a jugar”, agrega Jaime. Y concluye: “Muchos llegan al país creyendo que nunca más volverán a jugar sóftbol. Solo hacen deporte en la escuela. Queremos que se sumen al proyecto y les cueste menos estar lejos de casa”.

“La primera vez que jugué volví a sentirme como en mi país”

El pasaje a Buenos Aires era para el viernes 5 de agosto de 2016. Edwin Gómez dice que en su último fin de semana en Caracas, jugó sóftbol. El sábado fue en un estadio. El domingo bateó con sus amigos frente a una máquina lanza pelotas. Sentía que podía ser su despedida del deporte. ¿Qué venezolano se imaginaría jugando al sóftbol en la tierra de Messi y Maradona?

Gómez es diseñador gráfico. En Caracas se ganaba la vida tatuando en su estudio privado. Su mujer es bioquímica y trabajaba en dos laboratorios. Vacacionaban en playas de Colombia o Panamá, tenían auto, esperaban un bebé y estaban por comprarse una casa. Todo muy lindo hasta que los insumos dejaron de ingresar, y con la crisis los tatuajes que antes se cobraban a 300 dólares pasaron a valer 50.

Vendieron todo lo que tenían, emigraron a la Argentina y se instalaron en Hurlingham. A los pocos días, Edwin comenzó a tatuar en la zona. Los números mejoraron: un tatuaje chico en Buenos Aires equivale a un salario mínimo en Caracas. “Le puse las energías al trabajo: a hacer clientes, a mejorar las técnicas, a hacerme conocido en la zona”, dice. “Y me fui olvidando de practicar sóftbol. Andaba loco porque ni siquiera podía ver nuestros partidos por You Tube. En mi país iba todos los fines de semana al estadio”.

Una publicación en Instagram hizo que renaciera su amor por el sóftbol. Mandinga Tattoo anunciaba que estaba armando un equipo para jugar. Edwin no lo dudó: tatuajes y sóftbol en un mismo lugar. Los contactó y se sumó.

Me sentí en Venezuela”, dice sobre la primera sensación al entrar al Daom. El debut se terminaría suspendiendo, por lluvias. “Me trajo añoranzas; es un pedacito de mi tierra en Buenos Aires. Me alegró, me hizo conocer compatriotas, me cambió el destino”.

Por último, Gómez cuenta que su próximo tatuaje será la frase “¿Cómo puedo perder si llegué hasta aquí sin nada?”, de Miguel Cabrera, el Messi venezolano de su deporte favorito. Se lo hará en el mismo brazo que lleva a Simón Bolívar. “Esa es mi historia en Argentina”, explica, y agrega: “Llegué sin nada, pero todo mejora día a día“. NR


Fuente consultada: Clarín

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