Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4954
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Los nuevos repartidores “low cost”, una tendencia que crece

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(Barrio de Flores) Aparecen al mediodía. Van vestidos de naranja eléctrico o con una caja amarilla sobre la espalda; en rollers, arriba de motos y bicicletas. Son mensajeros. Transportan una hamburguesa, un medicamento, un paquete de cigarrillos o un sobre cerrado. Pueden trasladar cualquier cosa, lo que el cliente quiera. Siempre apurados, por calles y avenidas, con la atención puesta en el celular. Una aplicación es el único contacto con las empresas de pedidos online que los convocan y los presentan como la versión más moderna del delivery.

Para estas compañías no son empleados, sino colaboradores, y no trabajan, sino hacen favores. La relación se describe así: hasta hace muy poco a cada mensajero le cobraban la caja para transportar mercadería, el uniforme y una batería para recargar el celular.

“Lo hicieron hasta que decidimos alzar la voz”, explica Roger Rojas, mientras recorre las calles de Belgrano en su moto, a la espera de que le llegue un pedido. Es uno de los delegados de los cadetes de Rappi, una empresa colombiana de delivery online que llegó a Buenos Airesen marzo y ya tuvo una huelga, la primera en el país organizada por trabajadores de aplicaciones.

Fue unas semanas atrás y frente a las oficinas de la firma en Villa Crespo. Alrededor de 90 repartidores se reunieron para pedir cobertura de riesgo de trabajo, transparencia en la asignación de los repartos y un aumento en el valor de cada viaje, que entonces estaba a $ 35 y hoy es de $ 50, más propina. Ahí, entre el grupo, estaba Rojas, venezolano, como tantos otros “rappitenderos” -como ellos mismos se llaman- . La mayoría son jóvenes: el promedio de edad entre los argentinos es de 20 años y entre los inmigrantes, de 30.

La paralización física de un servicio intangible, como el comercio online, consistió en activar la aplicación, pero no responder a los pedidos. Así, durante 16 horas. “El paro fue por una acumulación de circunstancias injustas. Nos explotan y amarran, en especial ahora con el cambio de la aplicación”, dice Rojas.

Abogado en su país, alude a una actualización reciente de la plataforma, que pasó de mostrar todos los pedidos a direccionarlos para cada mensajero. Según la mayoría de los rappitenderos, esa es la causa por la que el trabajo cayó y hoy pedalean -o se trasladan- más kilómetros para ganar menos.

Las jornadas se componen de dos franjas pico: de 12 a 15 y de 18 hasta la medianoche. Son las tres de la tarde y frente al Recoleta Mall hay 12 personas, todas vestidas de naranja flúo. En la zona, una decena de locales gastronómicos hacen delivery a través de Rappi. Parados en ronda o sentados en un muro, sin baño ni lugar donde estar, los mensajeros esperan que sus celulares suenen. Cuando eso pase, subirán rápido al lomo de su bici y se perderán por la calle Vicente López o Junín.

“Empecé hace tres horas y todavía no tuve ni un reparto. Ayer, en todo el día, hice tres. Saqué $ 180 pesos. Antes de la actualización de la app, por la misma cantidad de horas hacía $ 600, y si extendía la jornada podía llegar hasta los $ 1000 diarios”, dice Mario, que no es Mario, pero que así se identifica por miedo a perder su único ingreso.

A su izquierda, apoyada sobre un cantero, está su bicicleta. El vehículo -el que sea- siempre lo pone el mensajero. Al igual que el celular y el paquete de datos necesario para estar conectado a la plataforma.

Mario, como Roger Rojas y como la mayoría de los repartidores que hacen posta en el Recoleta Mall, es venezolano. Llegó a la Argentina solo y con la esperanza de traer en algún momento a su familia. “El trabajo cayó mucho y estamos a ciegas. No podemos proyectar cuánto vamos a hacer en el día, ni en el mes. Todo es incertidumbre, y mientras tanto nos ponemos nerviosos porque no podemos decirle al que nos arrendó un alquiler ‘mira, este mes no tuve suerte’”.

Rappi y Glovo, una compañía española que ofrece el mismo servicio y es su principal competidora en Buenos Aires, tienen su ganancia en los convenios que firman con otras empresas, a las que le tercerizan el servicio de delivery. Otras empresas, en cambio, prefieren contratar otro servicio, como el de PedidosYa, que tiene un vínculo más formal con los empleados. Los mensajeros, por su parte, se quedan con todo lo que obtienen por el traslado, ya que no deducen comisiones.

El campo de acción es la economía de plataformas. Se trata del mismo modelo del que se alimenta Uber y que se autodefine como un servicio de “comunicación o nexo” entre prestadores y clientes. Sin empleados, tan sólo socios autónomos. Empezar a trabajar en estas empresas es muy fácil: hay que presentar el DNI o, en el caso de los inmigrantes, la constancia de ciudadanía en trámite y hacer una capacitación de unas horas.

“Las compañías hablan de vacío legal o de un tipo de negocio moderno que plantea nuevas discusiones. Pero lo que tiene que quedar claro es que para este tipo de contratación ya existe un marco regulatorio que sale del ENACOM y que rige la actividad a través de una ley”, dice Marcelo Pariente, secretario general de la Asociación Sindical de Motociclistas Mensajeros y Servicio (ASIMM).

La entidad denunció a Kadabra S.A. -la razón social con la que opera Glovo en el país- en el Ministerio de Trabajo y en el ENACOM. Hizo lo mismo con Rappi, pero ante el Ministerio, y pidió una audiencia con sus representantes. Todavía no hubo respuesta. Clarín también intentó comunicarse con ambas empresas, sin éxito.

Es el turno de la tarde y Roger Rojas sigue moviéndose con su moto. Busca que en algún giro o en la determinación de ir por tal o cual calle entre algún pedido a su celular. Antes de la actualización, quien hacía más repartos era el más rápido en darle confirmar a la pantalla con su dedo. Ahora Rappi elige qué pedido darle a quién.

Es muy engañoso. Agarrás un pedido que dice referencia un kilómetro y después te sale que son siete. Y si te niegas a hacerlo, te bloquean de la aplicación durante una hora. Si te niegas mucho, te inhabilitan más tiempo. Es un sistema autoritario. Que no cuadra con la libertad y la figura de independencia que garantizan al momento de captarte”, dice. Y resume: “Si como rappitenderos estamos bajo subordinaciones y sanciones, entonces hay una relación laboral. Y si eso es así, que nos reconozcan como tales, que nos registren en blanco, que nos den una ART y que paguen cargas sociales”.

“Soy mensajera, mi hijo se quedó sin trabajo y le prohibí que hiciera esto”
Gabriela tiene 49 años y lleva 20 arriba de una moto. De esa acción hizo un trabajo que le permitió pagar las cuentas y mantener a su hijo. Hoy, en sus tiempos libres y para sumar un ingreso, trabaja para Glovo. Pero está harta: “En cualquier momento renuncio. Con todo tenés que colaborar, como ellos dicen. Colaborás poniendo tu moto, pagando la nafta, con tu celular, con tus datos de internet, con el bolso para llevar la mercadería y hasta con el cargador que te hacen tener. Es un abuso”.

Y dice que podría enumerar mucho más, que no solo es esperar horas con frío o bajo la lluvia. “Te mandan a buscar una hamburguesa. En el local hay que pagarla y lo hago yo, pero al llegar al domicilio dicen que ya le abonaron a Glovo. Y la empresa no se hace cargo, no te lo reembolsa”.

Desde hace cinco meses, sus huecos para dedicarse a la aplicación son cinco días a la semana y por la tarde. Por reparto cobra un mínimo de $ 42 y un máximo de $ 79, dependiendo de los kilómetros que recorra. Tiempo atrás, su hijo se quedó sin trabajo y pensó en unirse a Glovo. “Le dije que no, que buscara otra cosa. No podía permitírselo, yo sé lo que es esto”. NR

Fuente consultada: Clarín

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