Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4954
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Roux

Luego de unos años de silencio Guillermo Roux vuelve con ganas de renovarse

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A los 85 y después de unos años de quietud, Guillermo Roux vuelve al ruedo y más activo que nunca.

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(Barrio de Flores) Las calles de Martínez huelen a jazmín, a flor de azahar, a pasto húmedo. Pedalear hasta la casa del maestro Guillermo Roux, arrimar una vez más la silla junto a su sillón, es como renovar un ritual. El té frutal, el budín casero, las luces encendidas, las puertas cerradas, los gatos acomodados para dormir al arrullo de nuestras voces. El ejercicio del recuerdo es algo que venimos haciendo cada semana desde que comenzó el año, cuando empezamos a escribir sus memorias conversadas, a repasar cada pasaje de su vida. Pero hoy el encuentro es distinto. Para empezar, no estamos solos. Un fotógrafo pone performático a Roux, 85 años, pintor de caballete: se divierte pensando poses, juegos, pinta un ojo en un cartón y se lo pega en la frente, habla con una cabeza de utilería de su taller como si fuera un oráculo, toca una trompeta, se ríe, se pone serio… Una idea le sugiere la otra y así. El juego parece ser una parte importante de su vida. “A veces parezco más serio, pero siempre parto de un juego: dramático, triste, romántico, absurdo, contenido… Así la realidad no tiene límites. Si cada situación que vivo no se transforma en una sucesión de imágenes, música o palabras, no hay posibilidad de hacer nada, para mí.

-¿Pintar supone ese estado mental dispuesto a divertirse?

-Es liberador lo que siento. No me limita el pensamiento. Y así, cuando estoy dibujando o pintando, también se me puede ocurrir el sonido de una orquesta. Sobre todo con el color. No pienso en un rojo o un verde. Pienso, ¿y si acá sale un trombón? ¡Acá violines! Para los verdes, en general, evoco al perfume del pasto después de la lluvia, un olor que me atraía muchísimo en mi infancia. Todas las teorías del color siempre me parecieron absurdas. Si hay una armonía o relación es porque la hay, no porque yo la haya calculado.

-¿Cada vez más liberado?

-Va en aumento. Soy más libre. Hay tantas cosas que ya no me importan, aunque simulo que sí, porque uno aprende a convivir en sociedad. Internamente voy siguiendo mi camino. Pero ahora hay momentos que no son tan de broma. Debería encontrar la actuación, pero no la encuentro exactamente: pienso mucho en la muerte. Pero al mismo tiempo, valoro muchísimo más el instante. Y lo que me acontece, lo que veo, oigo y siento vale por mil. Lo que antes podía dejar pasar, hoy no: todo tiene una importancia. Todo tiene un sentido multiplicado. Veo una nube y me parece maravillosa. Es una nube, sí. Pero no va a haber otra.

-No como ésa.

-No. Habrá otras. Estoy mucho más atento a las estaciones. Voy sintiendo en el aire cuando se acerca el otoño o el verano. Percibo con mucha más fuerza el tiempo que pasa, la mañana y la noche. El dormir ahora tiene otro sentido. Hoy es una parte muy importante de la vida. Me gusta. Pero soy consciente de dormir. Lo disfruto. Aunque a veces estas ideas siguen a la noche y no puedo conciliar el sueño. Me vienen a la mente caras, figuras o cosas que alguna vez he visto. O no. Anoche apareció el perfil de un joven recostado y el perfil de una joven, y ella trataba de colocar el mentón en el tabique de la nariz de él. Trataba de que encajaran, y seguía dibujando el resto de la imagen.

-Pero no lo dibujó.

-No, me entretuve pensándolo hasta que me dormí. Juegos así se me presentan a cada rato.

Las ocurrencias lo persiguen, incluso cuando lee el diario. Se siente interpelado por las fotografías. Por ejemplo, Jorge Capitanich gesticula y Roux siente que tiene en brazos una liebre muerta. Hace justicia al pintársela con pasteles. Se divierte mucho con ese ejercicio cotidiano. A Alejandra Gils Carbó , procuradora general de la Nación, le hace un pico largo, de pájaro.

-Abro el diario. Hay tragedias que no admiten más que asombro, dolor o angustia. Ahí miro lo que tengo que mirar. Pero para el otro 90 por ciento de personajes y situaciones, no leo los títulos. Primero miro las fotos. Después vuelvo al título. Veo si se corresponden. Me gustaría que no. Cambio la foto. O a veces cambio una palabra al título. Leer en serio el diario es un esfuerzo, y también lo hago. Pero veo la foto de Capitanich y digo: éste tiene una liebre muerta. Vaya a saber por qué. ¡Le queda tan bien! Ahora siempre va a tener a la liebre en brazos. Me divierto como loco.

-Con ese ánimo va a la juguetería a buscar a sus modelos.

-Nunca busco nada. Voy paseando la vista hasta que ¡tac! algo me agarró. Y no discuto más. Lo respeto. Obedezco. En realidad, me atrae todo. Por ejemplo, hay una vidriera de trajes de hombre que me tiene intrigado, pero no me dejan sacar fotos. Ya me echaron dos o tres veces. Todo perfectamente puesto. Hay también un negocio que vende vestidos de mujer, que quieren ser lujosos pero son kitsch. Pero hay un equilibrio entre el gusto de lo que usan las mujeres en la calle y cómo las viste el vidrierista. Un vestido de casamiento con lentejuelas mezclado con una blusa a florones, una diadema y la peluca con bucles. ¡Y la cara de los maniquíes! Yo lo quise conocer al hombre, saber de dónde partía, cómo componía, pero nunca me quiso recibir. Yo quería pedirle que me enseñe cómo hacer vidrieras.

-Además, ahora está jugando al correo con Carlos Alonso.

-Inauguramos el 27 de noviembre la exposición en la galería RO Art [Paraná 1158], con el resultado de esta experiencia muy enriquecedora que supuso más de un año de trabajo. Carlos hacía medio dibujo y me lo mandaba desde Unquillo. Yo tenía que responder en la otra mitad de la página. Fue un juego lindísimo.

-Éste ha sido un año muy activo.

-Estamos recordando mi vida, para el libro. Viajé. Pinté. Y también se está haciendo una película del mural Homenaje a Buenos Aires, que pinté para una torre de César Pelli, dirigida por Martín Serra. Está en edición. Cuenta la historia de ese mural, de lo que acontecía en Buenos Aires cuando lo pintaba en 2001, y de lo que fue esa zona alguna vez: pastizales y vacas. Describe cómo se fue transformando ese lugar desde el año 1929, en que yo nací, hasta hoy.

-Hace dos años usted no podía ni caminar. ¿Se imaginaba toda esta agenda?

-Jamás. Una noche dije se terminó todo. Estaba tapado de dolor. No pude dibujar, caminar, ni nada durante un año, por la depresión y el dolor. Pero recuerdo que una noche de insomnio me senté a la mesa y había una copa delante de mí. Me quedé absorto mirándola. Lo único que existía en el universo para mí era esa copa. Así que agarré un pedazo de papel y la dibujé, como si nunca la hubiese visto. Como si recién la estuviera descubriendo. Mi lápiz era tembloroso. Iba con cuidado con ese hallazgo arqueológico. Me pasé toda la noche con esa copa. Y fue el comienzo, porque después empecé a ver todo lo demás de diferente manera. Todo tenía que ser dibujado para conocerlo.

-Fue duro aquel trance.

-A veces un campanazo te llama la atención y, entonces, en cierta manera, agradecés la enfermedad y el dolor. Es muy difícil de decir. Pero la imposibilidad es una gran posibilidad para crecer y ser mejor. Hay un transcurrir que no está en nuestras manos que ni siquiera lo podemos entender. En realidad, no manejamos nada. Nos jugamos en algunas decisiones y creemos que podemos. ¿Podemos? Podemos un poquito. Pero decide la vida. Y lo más importante de este mundo es gratuito.

Una cuchara. Una cafetera. Cubiertos. Sartenes. Dibujando con carbonilla y de noche, fue saliendo de la postración que le dejó un esfuerzo sobrehumano: a los 82 años, había pintado para la Cámara de Diputados de Santa Fe el gran mural La Constitución guía al pueblo, de 3,45 x 6.51 metros. En el entusiasmo, no midió fuerzas. De a poco, con rehabilitación en una pileta a la que sigue yendo religiosamente todos los días, logró restablecer el sentido del equilibrio y recuperar la movilidad. Le quedó como secuela una larga serie de dibujos que mostró en el Museo Nacional de Arte Decorativo, naturalezas muertas monocromáticas. Pero ya recuperó el color, y aparecieron en sus dibujos el disparate, el asombro y la alegría. En un aparador, al lado de gruesos libros de arte y copas de cristal, acumula juguetitos. Pinta patos que se hacen pasar por cisnes, Minnie en escenarios inverosímiles, animalitos de plástico, una pareja de títeres, una Barbie voluptuosa y una Blancanieves de cotillón. Pero lo que más aparece en sus pinturas últimamente son hadas. Desnudas y con cara de fastidio salen de entre las hojas de un potus, duermen en el cajón de los cubiertos, se esconden detrás de un jarrón o bailan como ninfas.

-¿De dónde vienen esas hadas?

-De noche me siento en el jardín a tomar fresco y pasan como lucecitas. O las intuyo en las pelusitas que se ven en los rayos de sol. Pero el mundo de hoy mató a las hadas. O se escondieron esperando un tiempo mejor. Yo estoy atento. Hay todo un mundo maravilloso por descubrir. Acá. Todo está a mi alrededor.

-No hace falta viajar lejos para encontrar inspiración.

-No, la prueba está en que viajé a Madrid sólo para ver una exposición de mi hija Alejandra, maravillosa muestra, y para conocer a su familia española, y no fui a ningún museo. No dibujé tampoco.

-¿No trabaja de maestro?

-¡En absoluto! Lo que necesito es aprender. Es cierto que ya he aprendido muchas cosas. Tengo un oficio. Pero en este momento estoy alterando muchos de esos aprendizajes. Quisiera liberarme del pasado. Porque no soy el mismo. Quisiera ser capaz de reinventarme en mi totalidad. Me queda un alfabeto, un diccionario: pienso en un color como en un sabor o un sonido. He acumulado imágenes y sensaciones. Menos importante es la palabra para mí. Entre una mirada y todo un discurso, me quedo con la mirada.

-Siempre vuelve al cuerpo femenino.

-Es el tema básico, fundamental. Todo es la mujer. Aunque dibuje un árbol. La forma parte de ahí. La mujer es en su totalidad demasiado. Es mucho. Entonces, hay que centrarse en pedacitos. El hombro, por ejemplo. En la curva del hombro puedo pasar todo el tiempo que quiero, porque ahí están las colinas de un paisaje o el desierto del Sahara, con esas ondulaciones dulces, suaves y tan peligrosas. Los oasis. Últimamente me atraen las revistas de moda. Me gustan mucho. Me interesa observar el maquillaje: hace 50 años se ponían color en el cachete y ahora se lo ponen en la sien, casi, bajando hacia el pómulo. Nada ha superado a Egipto, de todas formas, a la boca dibujada de Nefertiti, ni a los ojos de Cleopatra.

-¿Cómo ve el arte actual?

-Arte es una palabra que me fastidia mucho últimamente. ¡Está tan usada! Parece que todo es arte. En esa jungla de equívocos no sabemos a estas alturas qué es arte. Hay muchas manifestaciones más o menos ingeniosas… sorprendentes. Pero, como en todos los tiempos, hay quien tiene más o menos capacidad. La gran mayoría, y voy a usar una palabra rara, son académicos de la manera esa. La repiten. Porque la Academia no es solamente dibujar un desnudo, una fruta, una flor, sino que es repetir una imagen o un gesto sin sentido porque sabemos que ese gesto es lo que se hace. Se puede pintar una naturaleza muerta y no ser académico. Depende de quién lo haga. Esto tiene que ver con la sociedad, que engendra el fruto que le corresponde. Simboliza su sentir. Creo que hay una falta de sentido de trascendencia, que vacía las cosas de contenido. Vivimos en una sociedad de consumo que prioriza el dinero. Por eso, más valdría exhibir dinero, que sería la expresión justa de nuestro momento.

-De hecho, en el último ArteBA fueron sensación unas bolas de cristal con un millón de dólares picado adentro.

-Eso es lo que es. Por eso, a mí no me gusta la palabra arte. Prefiero llamar a lo mío trabajos.

-¿Qué lo hace feliz?

-Cuando toco una barrita de pastel o de carbonilla siento un infinito placer, una felicidad interna. Sólo al momento de tocarlo. A tal punto que tengo que dibujar cualquier cosita antes de irme a dormir. Cuando no puedo dormir, hago un dibujito.

Fuente: La Nación

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