Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4954
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Sabores Sin Fronteras: vecinas de distintas nacionalidades se juntan para compartir sus recetas en la villa 1-11-14

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(Barrio de Flores) El olor de la comida humeante se cuela por el hueco de la escalera de uno de los complejos de la villa 1-11-14, en el Bajo Flores. Es una escalera intrincada, caprichosa en sus medidas, que deja poco margen para evitar cabezazos; por eso el grito de advertencia se repite varias veces, hasta llegar al cuarto piso. Allí vive Rocío Mazuelos, una de las creadoras de la iniciativa Sabores y Saberes Sin Fronteras, un grupo de mujeres de distintas nacionalidades que se juntan una vez por semana para compartir sus recetas. En ese intercambio gastronómico y cultural se mezclan aromas de Perú con platos típicos de Bolivia, recuerdos de la mesa familiar de otra época en Paraguay y el presente que las une a todas el barrio. “No sabíamos si el proyecto podía funcionar, pero llevamos cuatro años cocinando y organizando talleres acá y también cursos de cocina en otros barrios”, cuenta Rocío a La Nación, mientras baja el fuego de la hornalla en la que se cocina el menú del día: arroz con mariscos.

Mazuelos llegó de Perú hace ya 27 años. Cuando tomó la decisión de venir a la Argentina, dejó con su madre a su beba de apenas tres meses. Trabajó como empleada doméstica sin retiro durante un año y luego se mudó al barrio Padre Rodolfo Ricciardelly. Así rebautizaron los habitantes uno de los asentamientos más grandes de la Capital, donde según estimaciones oficiales viven unas 40.000 personas. Poco tiempo después, toda su familia se instaló también en el Bajo Flores y hoy sus hijos, de 22 y 26 años, trabajan y estudian en la universidad. “La comida siempre es una buena excusa para juntarse. Cada una aporta lo que sabe, pero en el fondo es una oportunidad para conocernos más y hablar de otras cosas”, describe.

Entre algunas de esas “otras cosas”, hay historias de violencia de género, entornos familiares conflictivos, angustia por la falta de trabajo o problemas de discriminación. Situaciones de tensión y extrema violencia como las que sacudieron esta villa el 30 de junio pasado, cuando se produjeron más de 90 allanamientos simultáneamente durante la madrugada y Rocío, por ejemplo, tuvo que encender la televisión para mitigar los ruidos de las ametralladoras, que habían provocado un ataque de llanto y estrés en su nieto menor. “Me acuerdo cuando Menem vino y dijo que iba a urbanizar las villas. Pasaron casi 20 años y no se hizo nada”, expone.

Hay mujeres que al llegar al taller, por ejemplo, confiesan que es la primera vez que salen de sus casas para hacer alguna actividad fuera del circuito cotidiano y doméstico. Otras ni siquiera tienen un lazo fuerte con la cocina, pero les interesa aprender y, sobre todo, tener un grupo de contención que las respalde en un contexto de vulnerabilidad y exclusión social.

Emma Guillen llegó de Perú hace 25 años, aprendió a cocinar mirando a su mamá y escuchando los consejos de su esposo y, una tarde que caminaba por el barrio, se cruzó con Rocío. No se conocían más que de vista, pero recuerda que ella le dijo: “Mami, ¿no querés participar de un curso de cocina?”. Emma aceptó, aunque confiesa que a su marido la noticia no le gustó nada. “Después me dijo que viniera, y de acá no me voy más”, dice en voz baja. “Yo no tenía idea de cómo eran los platos típicos de Bolivia –suma la peruana Noemí Portilla y, ¿sabés qué?, encontré más cosas en común que diferencias.”

Del taller a la feria Masticar
Fanny Mejías y Susana Chávez, de Bolivia; Katy Espinoza, Florencia Núñez y Verónica Mercado, las tres de Perú, son también parte del grupo fundador de Sabores y Saberes Sin Fronteras, que nació hace cuatro años promovido por la Subsecretaría de Hábitat e Inclusión del gobierno porteño, a cargo de Matías Alonso. Más recientemente se han acercado una vecina oriunda de Paraguay y otra procedente de Brasil. Uno de los objetivos es que los vecinos se involucren mediante iniciativas innovadoras de participación comunitaria, que generen espacios de intercambio cultural para ayudar a superar la fragmentación y a construir lazos de confianza. El año pasado, las mujeres llegaron a dar clases junto al chef Germán Martitegui: las cocineras amateurs de Sabores y Saberes estuvieron con el número uno de la cocina local en la feria gastronómica Masticar y, el fin de semana pasado, remataron las expectativas con una clase de cocina en Caminos y Sabores, en La Rural.

¿Cómo fue cocinar con el dueño del restaurante argentino elegido entre los 50 mejores del mundo? “Pobrecito, él se agarraba la cabeza cuando se enteró de que ninguna de nosotras era cocinera -recuerda entre risas Mercado-. Pero así como lo veías en la televisión con carácter fuerte y serio, es un hombre muy tímido y muy generoso. Después nos invitó a comer al restaurante y a mí me gustó todo. Quedó pendiente una oferta que él nos hizo y después no se pudo concretar. Quería que fuéramos un lunes a cocinar a su restaurante y que parte de las ganancias de esa noche fueran para nuestro proyecto. Tengo esperanzas de que se retome más adelante.”

Fanny Mejías cuenta que de la experiencia en Caminos y Sabores surgieron nuevas alianzas. Y así quedaron en contacto con la chef cubana Yilán Gil Guzmán, que fue la coordinadora de las cocinas del evento. “Nos tiene al trote a todas y cada vez que compartimos una receta ella insiste en que utilicemos términos adecuados para la gastronomía. Por eso ahora aprendimos a «blanquear» los alimentos, a cortar en «juliana» y a «maridar» los platos -dice Mejías, mientras las demás asienten y sonríen-. Para nosotras todo es en diminutivo. Cortamos en cuadraditos, picamos chiquitito y fritamos un poquito.”

Mientras tanto, de los platos de arroz con mariscos ya no quedan ni las migas. “En estos cuatro años crecimos más de lo que imaginábamos. Salimos a dar los talleres a otros barrios y villas. Queremos ir también a las provincias y, por qué no, a una gira por América latina -anhela Mazuelos-. Si vamos a soñar, lo hacemos en grande.” NR

Fuente consultada: La Nación

 

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