Buenos Aires, 07/09/2024, edición Nº 5117
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Cada vez son más los jóvenes de entre 30 y 35 años que demoran la partida de la casa de mamá

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(Barrio de Flores) El sueldo no alcanza. El apego se impone. La ropa limpia, la comida casera y la sangre tiran. Después de una separación, mantener a los hijos se vuelve prioritario y entonces no hay resto para un alquiler. Son múltiples los motivos por los que crece la proporción de “nidos llenos”, es decir, las casas en las que la partida de los hijos se demora más que hace algunos años, o a la que los hijos vuelven por distintas circunstancias.

La tendencia se corrobora en los censos: en 2010, casi el 20 por ciento de los jóvenes de entre 30 y 35 años se declaró “hijo del jefe o jefa de hogar”. Esa población había sido del 15 por ciento en 2001, y se había mantenido estable entre 1970 y 1991, cuando rondaba el 10 por ciento. No es un fenómeno exclusivamente argentino: en España, en 2013, la edad promedio de irse de la casa familiar subió a 28,9 años, y ese mismo año, una encuesta reveló que en Chile el 38 por ciento de los jóvenes de 29 años aún vivían con sus padres. En mayo de este año, un estudio realizado en Estados Unidos reveló que por primera vez en 130 años hay más jóvenes de entre 18 y 34 años viviendo con sus padres que con una pareja, con amigos, o solos. La población de esa edad que permanece en la casa de toda la vida es del 32,1 por ciento.

Horacio, que tiene 35 años y es empleado en una pinturería de Devoto, volvió a la casa de su mamá en Olivos hace algunos meses. La convivencia con la mamá de su hijo, luego de algunos intentos, no funcionó: “Hoy por hoy, teniendo en cuenta los gastos del nene, las cuentas no me dejan margen para nada. Lo ideal sería comprar, pero no tengo perspectiva de lograrlo. Lo más cercano que tengo es alquilar, aunque sé que me meto en un sistema del que no puedo salir más. Me vine para lo de mi mamá para poder juntar la plata para entrar a un departamento alquilado, o para decidir si me la juego y abro algún comercio, pero ahora necesito tiempo para ahorrar”, cuenta.

Mercedes también volvió para ahorrar: convivió con una pareja pero hace un año y medio se separó y decidió que la casa materna era la mejor opción. “Volví porque quiero comprarme mi propio departamento y si alquilaba no iba a tener margen de ahorro”, explica. La clave de la buena convivencia, dice ella, es que su trabajo le insume muchas horas: “Nos vemos poco”. Las ventajas, cuenta Mercedes, son “casa limpia y ordenada, ropa limpia y planchada, heladera llena y un ¿qué querés comer esta noche?”. Pero, claro, hay costos: “No tengo mi espacio y tengo la sensación constante de que vivo de prestada. Que es real, pero difícil de descifrar cuando es tu casa de toda la vida”.

Cuando los jóvenes vuelven a la casa de sus padres tras una separación, muchas veces el motivo es económico, sobre todo si hay hijos a los que mantener. Y también aparece una necesidad afectiva, algo del orden de volver a tener un espacio familiar”, explica Graciela Moreschi, psiquiatra y autora de Adolescentes eternos. Sin embargo, sostiene, no se trata siempre de problemas de plata: “El nido lleno se ve mucho más que en otro tiempo, antes la independencia era todo un valor. Ahora ya no hay expectativas respecto del futuro, todo tiene que ser ya: desde un celular caro hasta un viaje o un auto. La tecnología, además, facilita cierta sensación de privacidad estando en una casa compartida con los padres”.

Alvaro, de 30 años, vive hace 17 en la misma casa. Cuando llegaron eran ocho personas, ahora quedan tres: él, su mamá y uno de sus hermanos. “Cuando éramos más, sentía más necesidad de independencia, pero ahora hay tanto espacio que estoy bastante cómodo. Todavía estoy estudiando, así que entre el trabajo, la facultad y otras actividades, paso muchas horas fuera de casa. Si viviera solo, me quedaría poquísimo resto económico para necesidades no básicas (pero necesidades al fin), como viajar o hacer algún deporte”, dice.

Ricardo Botana, presidente de la Unión Argentina de Inquilinos, cuenta: “Antes una persona se iba de lo de los padres a los 22 o 23 años, y en los últimos dos años rondó los 28 o 29. Si se van con algún amigo o en pareja, se adelanta porque se comparten gastos”.

Según Moreschi, “en las clases más acomodadas hay chicos que tienen una especie de pasaporte para seguir siendo adolescentes. Eso pasa sobre todo en los casos de quienes nunca se fueron de su casa”. Para la psiquiatra, “poder tener sexo en la casa de los padres es otro de los motivos que retrasó la partida, pero lo central es que la independencia ya no es un valor tan importante como hace algunos años, porque es muy difícil construir un proyecto mediato”. NR

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