(Barrio de Flores) La determinación es una característica central en la personalidad de María Eugenia Vidal. Los primeros vestigios de ese carácter ya los habían observado mamá Norma y papá José Luis cuando su pequeña hija se amotinó ante la directora del Colegio Nuestra Señora de la Misericordia para que deje que su mejor amiga se cambie a dicha escuela.
La biografía La otra hechicera de Ezequiel Spillman indaga en la historia de la gobernadora de Buenos Aires y revela esta anécdota de su infancia en Flores.
“Corría 1977. Una niña de apenas cuatro años se mostraba muy molesta: le reclamaba a su madre, y a su abuela, Elsa, que, para comenzar el jardín de infantes en sala de cinco, era muy importante que pudiera compartir el aula con su mejor amiga, “Sole”, con quien pasaba tardes enteras jugando.
El Colegio Instituto Privado Nuestra Señora de la Misericordia de Flores, sólo de mujeres, era muy requerido en esos tiempos: solía haber lista de espera y no pocas chicas se quedaban con las ganas de ingresar. Lo habían fundado en 1878, las primeras hermanas que llegaron desde Italia, bajo el manto espiritual del Papa Pío IX, y era reconocido por su nivel académico. Fue, además, el colegio que vio crecer a Vidal, desde los cuatro años a los 18; del jardín al final de la secundaria.
Impulsada por su nieta, la abuela Elsa comenzó la primera gestión ante las autoridades del colegio: un grupo de estrictas monjas con una formación tradicional. La madre Mercedes fue la primera en explicarle que no podían hacer excepciones para que dos niñas estuvieran juntas.
Mamá Norma también lo intentó en vano, y obtuvo una explicación similar: la fuerte demanda siempre obligaba al colegio a tener largas listas de espera. “Sole”, una niña menudita y rubia, además, tenía otra contra: había estado anotada en el Janer, la competencia directa del Misericordia. El Boca-River de los colegios de Flores, por ese entonces.
Pero la niña de cuatro años seguía protestando. “Bueno, quizás es mejor que vayas vos”, se resignó mamá Norma.
Volvió al jardín y le avisó a su madre y a su abuela que tenía que hacer “algo importante”. A la madre de Soledad la habían llamado para una segunda entrevista pero no estaba confirmado que su hija fuera a ingresar. La pequeña Vidal caminó hasta la dirección del Colegio, donde la hermana Laura tenía su oficina, entre libros y figuras religiosas. Llegó sola hasta allí, tocó la puerta e ingresó. Se presentó y le expresó:
—Hola, yo quería hablar con usted. Mire, necesito que mi amiga Soledad, que es mi amiga del edificio de mi abuela, entre en este colegio. No quiero que esté en el Janer.
Habló de corrido. Sorprendida, la directora sonrió y la escuchó con atención. La insolencia, pero también la determinación, de una niña no eran tan frecuentes por esos años. Menos aún en el ambiente del Misericordia.
Aún hoy “Sole” no tiene claro cuánto influyó, si fue determinante, si fue apenas el puntapié inicial, o si directamente fue clave, pero al otro año le informaron que, a pesar de haber estado en lista de espera, había logrado entrar al colegio y podría compartir el aula de jardín junto a su amiga del edificio. La misma con la que compartiría la primaria, la secundaria y hasta la acompañaría en el día a día de su trabajo como una fiel asesora privada”. NR