(CABA) La línea A quedó abierta al público el 2 de diciembre de 1913, con el nombre de Anglo Argentina, por la empresa que lo construyó. Fue motivo de orgullo nacional: era la primera línea del hemisferio sur y de todos los países de habla hispana en el mundo.
“Se inaugura el grandioso subterráneo en los que volarán trenes cada tres minutos y se agregan a la notable red de tranvías con que cuenta la ciudad”, decía la revista Caras y Caretas en 1913.
En 1913 la ciudad tenía 1.457.885 habitantes, 6.211 coches a caballo y 7.438 automóviles. El 2 de diciembre de 1913, en el primer día de la línea Anglo Argentina, viajaron en el subte 170.000 pasajeros.
En la construcción del subte trabajaron 1.500 obreros y se utilizaron 31 millones de ladrillos, 108.000 barras de 170 kg de cemento, 13.000 toneladas de tirantes de hierro y 90.000 m² de capa aisladora. Hoy, la línea tiene casi 10 kilómetros que unen Plaza de Mayo y San Pedrito.
Pero hay un punto en ese recorrido donde lo real y lo inexplicable son lo mismo. Es en el tramo que une dos estaciones: Pasco Sur y Alberti Norte. Allí, más de cien años atrás, en plena construcción, un derrumbe provocó la muerte de dos operarios. Y el lugar quedó maldito.
El hecho se ocultó a la opinión pública. No era bueno que la muerte de dos pobres obreros empañara un trabajo colosal. Sus cuerpos no fueron encontrados. La línea se inauguró con pompa y 40 años después, un doble hecho haría que ese lugar maldito fuera borrado del mapa.
El 15 de abril de 1953, desde los balcones de la Casa Rosada, Juan Domingo Perón le hablaba a una multitud. Una bomba explotó en la estación Plaza de Mayo y mató a siete personas. Por la noche, un ataque incendiario destruyó la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista. La misma se levantaba frente a la boca de entrada de la estación Pasco Sur, en la avenida Rivadavia al 2100, y sufrió graves daños estructurales.
Meses después, el gobierno la clausuró junto a su vecina, Alberti Norte. A ésta la cerraron por un motivo poco real: estaba cercana a la bóveda de la sucursal del Banco Nación. Nunca hubo un comunicado oficial. Dicen que cuando los obreros fueron a hacer las reparaciones y caminaron por las vías entre las dos estaciones, huyeron despavoridos. Con una segunda cuadrilla sucedió lo mismo. Después de que la tercera escapó, no se envió otra.
Desde aquel momento, esas dos estaciones quedaron en el olvido. Pero están allí, escondidas. Pasco Sur, detrás de un largo muro de ladrillos levantado a las apuradas para ocultar algo. Alberti Norte permaneció intacta, pero sin funcionar, hasta que a mediados de 1980 se colocaron en su andén maniquíes vestidos con ropa de 1920, que simulaban ser pasajeros esperando el subte.
Con la llegada de Metrovías, en 1994, el viejo andén tapiado fue ocultado como el de su vecino. La empresa, como en aquel 1953, no quiso indicar por qué las estaciones estaban escondidas detrás de los muros. Sólo usó tres palabras: por cuestiones operativas.
La antigua escalera de acceso sobre la Avenida Rivadavia sigue existiendo, pero está tapada por una chapa con una puerta en el suelo, como si fuera el acceso a un refugio subterráneo. Pero tiene vida.
Cuando se restauró la estación Perú, las tulipas de las luces se tomaron de las originales de Alberti Norte, que estaban intactas y relucientes a pesar de que habían pasado noventa años.
Desde 1913 y hasta hoy, viajar en el último servicio de Plaza de Mayo a Flores, cerca de la medianoche, tiene un condimento extra. Al llegar a las estaciones malditas, se produce un corte de luz breve en los vagones. Dicen que sólo basta mirar por las ventanillas para ver a los dos obreros desaparecidos sentados sobre el andén, todavía con el pico y la pala en sus manos.
Esperando tal vez que los rescaten del olvido. Que los lleven nuevamente a la superficie. Aunque estén tapiadas, las estaciones Pasco Sur y Alberti Norte siguen allí. Y los cuerpos perdidos de los obreros y el misterio, también…
S.C.