(Barrio de Flores) La historia del saneamiento de la Ciudad de Buenos Aires tiene 150 años. Y aunque suene inverosímil, buena parte de las cañerías a través de las cuales corren el agua potable, las lluvias y los desechos cloacales domiciliarios, continúan en uso desde aquellos años. El reemplazo o reparación de sus piezas, antiguas y únicas, requiere conocimiento y creatividad. Los encargados de hacerlo son los operarios y profesionales de los Talleres Varela de AySA -empresa que funciona bajo la órbita del Ministerio del Interior, Obras públicas y Vivienda-, un espacio en Flores donde se recrean estos componentes únicos. En el pasado, usaban moldes hechos manualmente. Hoy los crean con tecnología de 3D de impresión.
La Ciudad tuvo su primer sistema de saneamiento para 1869. Consistía en dos caños de hierro que se internaban 600 metros en el Río de la Plata para recoger el agua y transportarla para su purificación. Pero esta metodología tenía sus limitaciones en cuanto a llegada y cantidad de gente a la que se le podía proveer de agua potable. En aquellas épocas las epidemias hacían estragos entre la población, matando de a decenas de miles. Y Buenos Aires se encontraba en plena expansión: el censo de ese año -que ordenó llevar a cabo Domingo Faustino Sarmiento– reveló que Buenos Aires tenía 177.787 habitantes, el doble que en 1855.
Algo había que hacer con el saneamiento, y se hizo. Un símbolo de ello -lo que se ve en superficie- es el Palacio de Aguas, ubicado en Avenida Córdoba, entre Riobamba y Ayacucho. Este edificio fue la exuberante carcasa de un depósito con 12 tanques, y con una capacidad de almacenamiento de 72 millones de litros de agua. Ubicado en uno de los puntos más altos de la Ciudad, irradiaba agua potable hacia los barrios. Se inauguró en 1894 y funcionó hasta 1978. Es Monumento Histórico Nacional desde 1987.
Pero además existe bajo tierra un universo de cañerías, conductos, caños, válvulas, canales y maquinarias que mueve todo el sistema operativo, dándole servicio de agua y cloacas a casi 14.000.000 de personas, en la Ciudad y en decenas de municipios bonaerenses. Muchos de estos componentes funcionan desde hace casi un siglo. En los Talleres Varela se reparan y reproducen algunas de estas piezas únicas. Piezas que ya no se fabrican, que no se venden en ningún lado y que si no hubieran sido construidas con una alta calidad, ya no existirían; hubieran quedado obsoletas mucho tiempo atrás.
Los talleres ocupan 14 hectáreas sobre la avenida Varela, a metros del Cementerio de Flores. Allí trabajan intra muros unas 270 personas. ¿Qué tipo de desafíos enfrentan? Por ejemplo, reparar una válvula inglesa de los años 50, ubicada en el reservorio del barrio de Caballito. El trabajo de desarme, reparación y armado se realiza en Flores. Entre paréntesis, el reservorio de Caballito es otra de las construcciones monumentales que administra AySA: en Vera al 400 hay doce tanques de agua, de cuatro metros de altura, dispuestos en tres pisos y sostenidos por 180 columnas de hierro. El agua de aquí se usa de reserva por si ocurriera algún problema en la red de distribución.
Caminar por los pasillos de los talleres es como hacerlo por una suerte de túnel del tiempo. Hacia el pasado, y hacia el futuro. Porque como se ha dicho, se reparan piezas históricas con la última tecnología. La tarea diaria se basa en mantener el equipamiento electromecánico que alimenta a grandes motores, que son los que a su vez mueven las bombas que impulsan los líquidos de todo el sistema de saneamiento. Para los ingenieros, técnicos, obreros y especialistas que trabajan en el lugar, esto es motivo de orgullo. Porque además, pocos meses atrás, recibieron una certificación ISO 55001 que los coloca en un alto estándar de profesionalización.
Uno de los referentes de Talleres Varela es el ingeniero Domingo Tavella, con más de 30 años de experiencia sobre sus hombros. “Este lugar es como una gran escuela para los ingenieros, en ninguna facultad se ve lo que vemos aquí, monstruos imposibles de encontrar en otros sitios”, le cuenta a Clarín. Monstruos en el sentido más literal: se trata de turbinas, motores y cañerías gigantes, por las que discurren el agua potable, la de lluvias y los desechos de la Ciudad y el Conurbano.
El conocimiento y la experiencia en un taller de estas dimensiones permitió que muchos trabajadores dieran un paso más allá y arrancaran con una carrera tan compleja como Ingeniería. O con un oficio. El Sindicato Gran Buenos Aires de Trabajadores de Obras Sanitarias (SGBATOS) coordina la escuela de oficios “Eva Perón” -que forma parte del instituto Tecnológico “Leopoldo Marechal”- y que a muchos les dio la posibilidad de pasar de un área de mantenimiento o limpieza a especializarse en electromecánica, mecánica o soldaduras.
Recuerda Tavella que algunos años atrás se realizaban moldes fundidos a la cera -tal como el que trabajan los artistas plásticos con las esculturas- para darles forma a las piezas faltantes en motores, por ejemplo, o que necesitaban ser reparadas. Antes se hacían manualmente, hoy esos moldes se llevan a cabo con impresoras 3D gigantes, que pueden trabajar con piezas grandes o pequeñísimas. Y finalmente se llevan a la fundición que tiene el taller, en donde se llenan de cobre. Por cierto, esta es una de las pocas fundiciones que existen en la Ciudad.
Con una mezcla de experiencia en el oficio de los trabajadores, otro poco de métodos tradicionales y sumando la última tecnología, los Talleres Varela dan cuenta del trabajo en superficie que necesita una de las redes de saneamiento mas grandes del mundo. En rigor, la cuarta en extensión, después de las de San Pablo (Brasil), Ciudad de México y Estambul (Turquía). Una red que comenzó a tejerse hace más de un siglo y que aún sigue abasteciendo a Buenos Aires. NR
Fuente consultada: Clarín