Buenos Aires, 26/07/2024, edición Nº 5074
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Acostumbrados a la mediocridad

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Los porteños vivimos en un mundo muy particular. Y los florenses, también. Estamos acostumbrados a pagar de más por el pescado en Pascuas. A ver subir los precios. Esperamos –calladitos y sin protestar– tres meses para que nos arreglen el teléfono. A sentir olor a pis dentro de los cajeros automáticos.

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Estamos acostumbrados a escuchar disparos en vez de petardos. A ver casas tomadas por foráneos. Y a ver crecer el narcotráfico en nuestras calles, plazas y villas.
Acostumbrados a la tristeza, a la inseguridad, a los secuestros express, a los pagos de rescate a no sé quién. Al olvido y a la resignación. Acostumbrados a los limpiavidrios, franelistas y a los que duermen en los frentes de los edificios.
Acostumbrados al humo de porro en Yerbal y en la puerta de mi casa también. A que nuestros hijos primarios observen mujeres desnudas vendiendo su cuerpo por unas monedas.
Acostumbrados a esperar más de media hora a que se levante la barrera de Artigas.
Acostumbrados a subir al tren Sarmiento a las seis de la tarde de un lunes y viajar como “sardinas”. Y a ser el número diez en la cola del colectivo 53 en Nazca y Avellaneda. O a ser el número cincuenta en los hospitales Piñero o Álvarez, que importan pacientes de todo el Gran Buenos Aires y América Latina.
A que nos llenen de volantes. A mojarnos los pies con una baldosa floja. A cruzar mal las calles. A los accidentes automovilísticos. A pisar el acelerador con el semáforo en amarillo. Y en rojo, también. A esquivar la basura en las esquinas y a maniobrar los flamantes contenedores colocados sobre la mano izquierda. Acostumbrados a la falsa sonrisa de los políticos en campaña. Y a las mesas punteras de Rivadavia.
A ver a los ciegos esquivando autos, columnas y carteles. A que no haya acceso para todos. A que violen nuestros cuerpos. A los deliveries barriales que tardan una hora en calentar automáticas empanadas de carne o jamón y queso. Acostumbrados a que no haya justicia. Acostumbrados a ver a Susana, Marcelo y a Gran Hermano.
Acostumbrados a sufrir en vivo y en directo cómo el perro de tu vecino excrementa la puerta de nuestra casa. A que no vengan a podarte el árbol. A pasar por el basural de la esquina. Acostumbrados a la tracción a sangre. A pagar por ver televisión por cable (llena de publicidad). Y a pagar el doble por un diario de domingo, que tiene una pobre revista llena de avisos. Acostumbrados a las inundaciones de barrios enteros.
A los cortes de luz y a pagar el doble por las velas. A los mosquitos asesinos. Acostumbrados a los corruptos vampiros administradores de consorcios. Acostumbrados a no tener memoria.  Estamos acostumbrados a que nada nos sorprenda en Buenos Aires. ¿Sabías que el acostumbramiento paraliza, agota nuestras mentes y nos hace mediocres?
El acostumbramiento es comodidad, estancamiento, quietud, es un bien porteño.

 

Escrito por Roberto D´Anna

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