Buenos Aires, 27/07/2024, edición Nº 5075
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Aquellos Cines de la Avenida Rivadavia

Publicado

el

EscribeMarcelo Cafferata

Nací en Floresta por ende, muchas
salidas de los fines de semana
fueron en Flores, el barrio
más cercano y francamente desarrollado
para la época. Y siempre,
desdemuy peromuy chico,me deslumbró
el cine.
Quisieron las vueltas de la vida que
ahora esté viviendo justamente en
Flores, muy cerca de todos esos cines
que visitaba tan frecuentemente
durantemi niñez ymi adolescencia…
y vinieron al recuerdo todos juntos,
la semana pasada, mientras paseamos
por esas mismas cuadras con
mis hijos.
ElPueyrredón era puro lujo: una copia
para el barrio del esplendoroso
cine-teatroOpera en plena calle Corrientes.
Cuando se apagaban las luces,
mirábamos el techoporqueunas
lamparitas lejanas nos hacían creer
glamoroso y particular.
Recuerdohabervistoahímuchísimas
películas españolas y francesas, pero
cuando lo visité por última vez, ya
dejando definitivamente la adolescencia,
Marlon Brando y Maria
Schneider se amaban locamente en
“Ultimo Tango en París” .
Cruzando la avenida Rivadavia, el
Rivera Indarte es el único cine en el
barrio que ha quedado en pie.De las
entrañas del imponente super pullman
que se llenaba los domingos a
la tarde,nacieronvarias salasmáspequeñas
que siguen luchando contra
la desaparición total del cine de barrio.
Una playa de estacionamiento ocupa
hoy el lugar del cine Coliseo que
en un intento de salvataje fue dividido
en dos salas, que se rindieron bajo
los influjos del rentable Parking.
La pantalla donde antes se proyectaban
las aventuras de James Bond
que bien podía ser Sean Connery o
RogerMoore y las andanzas de HarrisonFordjugandoa
ser Indiana Jones
buscando el arca perdida, hoy
quedó eclipsadapor carteles quenos
avisan que las cocheras de pagan del
1 al 5 de cada mes y que por norma
municipal, se aceptan tanto bicicletas
como 4 x 4 y se fracciona cada
diez minutos.
que había cine bajo las estrellas y se
reflejaban centellando en el borde
plateado de cada butaca. Se coronaba
todo esto con la alfombra roja, entrando
a la sala, que le daba un toque
El imbatible combo San Martín/
San José de Flores será recordado
como lasmansiones dedicadas a pasar
un sinfin de películas clase “B”
todas las semanas.Hoy uno es la sucursal
de un banco y el otro una iglesia
para fieles oradores de alguna religión
surgida en los gloriosos ’90,
pero el SanMartín quedará en el recuerdo
como el templo donde los
cowboys se batían a duelo en continuadoy
losmonstruospeores logrados
de la historia, se daban cita semana
por medio.
Si algo extraño del cine Flores, hoy
sucursal de una cadena de música,
computación y aledaños, es que
mientras esperábamos la segunda
película, jugábamos con las publici-
NOTA DE TAPA
EscribeMarcelo Cafferata dades que colgaban de un telón
enorme, buscando palabras hasta
que se volviera a apagar la luz. Los
Superagentes, las comedias setentosas
de Carlitos Balá y Palito Ortega
olosdibujos animadosdeGarcíaFerré
se veían siempre en el cine Flores,
donde durante las vacaciones de
invierno, la fila daba casi la vuelta a
la manzana.
Combinando desde mi casa dos colectivos,
llegaba al final de la calleCarabobo,
al cine Continental .En plena
escuela secundaria, esta sala gentil,
servicial, “gauchita”, nos dejaba
asomarnos al mundo reservado para
los adultos, aún cuando no habíamoscumplidotodavíalos18.
Elnegro
Olmedo y el gordo Porcel, Moria
y Susana, hacían unmonumento
de la cultura popular… y disfrutábamos
de sus películas que tenían el
sabor de lo prohibido.
Nadie pensaría obviamente, que serían
vistas libremente, añosmás tarde,
en los canales de aire, demostrando
que lo transgresor para
aquelmomentohoy es terriblemente
naif, rayando lo infantil.
Un poquito más alejado -creo que
hoy es refugio para que toquen algunas
bandas de Rock- estaba el cine
Fénix, tan lujoso como el Pueyrredón
, pero enminuatura.Ahí fue
dondemi tiame hizo ver como tres
veces “La Novicia Rebelde” con
una Julie Andrews jovencísima,
criando a los hijos de Von Trapp y
correteando por los Alpes.
Ya en Floresta, estaba el Gran Rivadavia
que funcionóhastahace tan
sólo cinco años.
Era mi refugio obligado de casi todos
los fines de semana para ver dos
películas y comerse un pancho entre
una y otra.
Sin saber que estaba viendo joyas
del cine, pude asomarme a “Alien”
de Ridley Scott con Sigourney Weaver
y el conocido bicho explotando
desde la panza de un tripulante,
“El Francotirador” con Robert de
Niro, Meryl Streep y Christopher
Walken, todos ellos prácticamente
iniciando sus carreras, “Bananas” y
“AnnieHall” demi entrañablemente
amadoWoody Allen, Roman Polansky
y su “El bebé de Rosemary”
o “El Padrino” super-clásico de
Coppolla.
Mis piecitos bailaron al ritmo de
“Footlose” , “Fama” y “Flashdance”,
vi como tres cuarto de cine lloraba
a moco tendido con “La última
nieve de Primavera” sin que yo
pudiese entender exactamente lo
que pasaba y salté estrepitosamente
de la butaca cuando una mano
sale de la tumba inesperadamente
y Sissy Spacek se muere de miedo
en “Carrie”.Ojalá las nuevas generaciones
pudiesen entender lo que
se vivía en el cine de barrio, hoy olvidado
entre tanto ticket electrónico,
pochoclo a granel -que vino a
superar el inefable maní con chocolate
que nos vendía el caramelero-
e incontablesmultisalas con sonido
dolby stereo y toda la tecnología
a cuestas… pero lejos, terriblemente
lejos, de la calidez de estos
cines de barrio que envolvieron
nuestra infancia.

 

 

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