Buenos Aires, 20/12/2024, edición Nº 5221
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Casitas Municipales y Pasajes, un verdadero microclima barrial

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San José de Flores es un barrio cargado de nostalgia y romanticismo. Añora el ayer y no abandona su espacio, aunque el cemento lo estire hacia arriba y no se huela tanto naranjo en flor. En mi caso particular, puedo decir con orgullo que viví en todos los Flores, en el Norte, en el Centro y en el Sur, aunque prefiero despertar y dormir en el Flores de las Casitas. Salvo por algún ladrido de perro alertado por el repartidor de diarios, la serenidad del lugar es interrumpida sólo por el canto de los pájaros y el viento que mueve las hojas de los árboles.
Por momentos siento que estoy viviendo en la ciudad de Pergamino, la Bolívar de mi amigo Juan Carlos o en el Pinamar de Raúl Basso. Los niños juegan en las calles (los viernes y fines de semana en época de clases), podría ser un domingo o un lunes o un jueves de junio, septiembre o diciembre.
El tiempo parece no existir en estos barrios de pasajes estrechos y casas exactas, tan iguales que se vuelven diferentes, como si el sol se divirtiera reflejándolos con distintos colores. La gran ciudad oculta numerosos barrios como estos, verdaderos microclimas de manzanas diminutas, veredas angostas y calles con nombres de médicos, escritores y matemáticos. Este barrio nació en los comienzos del siglo XX como una alternativa de vivienda digna y económica para obreros e inmigrantes. Para muchos, la primera “casa propia”. Y el siglo XXI los convirtió en barrios de moda, ideales para quienes buscan calma en plena ciudad de bullicio visual y sonoro. La Ley de Casas Baratas sirvió para que las clases más humildes y desprotegidas tuvieran acceso a una vivienda digna, reconociéndoles el derecho que les asistía por el hecho simple de ser personas. Esta ley pensada para la gente común tuvo el mismo tenor que las leyes de descanso dominical, la reglamentación del trabajo de menores y mujeres, logradas durante el siglo pasado.
El Estado cumplía por aquel entonces su rol de garante del pacto social, interviniendo para lograr una mayor equidad entre los distintos estratos. Recordemos que la posibilidad de movilidad social es un hecho concreto que descomprime los conflictos. También se buscó preservar los códigos vecinales de pertenencia, solidaridad y naturaleza.
En mi caso personal, dentro de unos meses, mi hija Lucía caminará por acá, por esta cuadra, y en una ráfaga de segundos recuperará mi infancia, los juegos en la calle, el amigo de la casa de al lado, la escuela del barrio.
A fines de 2009, realicé un primer trabajo periodístico integrador en forma de libro, “Vivir en una Casa Ex Municipal del Barrio de Flores”, que ya quedó en las bibliotecas de las casitas municipales y otras, como material de consulta para el presente y para generaciones futuras.  Este libro, de todos modos, no concluye. Prácticamente ya agotada su primera edición, quizá en algún momento no muy lejano intente una edición ampliada, con nuevos relatos, con nuevos vecinos. El barrio se mueve. Progresa. Los vecinos cuidan cada frente, cada árbol, se conocen y saludan unos a otros. El Barrio Obrero se renueva, pero mantiene su viejo encanto. Igual o más que hace ochenta años.

 

Escrito por Roberto D´Anna

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