Buenos Aires, 07/09/2024, edición Nº 5117
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Claudia Brant la compositora del barrio de Flores ganadora del Mejor Álbum de Pop Latino y seis Grammy

“De todo laberinto se sale por arriba”, escribió Leopoldo Marechal algún día de 1936, y con el diario de la historia de Claudia Brant debajo del brazo, habrá que decir que algo de razón cuando, con el fin de siglo a la vuelta de la esquina y los 30 a la vista, cargó su valija con canciones y algo de ropa para levantar vuelo rumbo a Los Ángeles.

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 Claudia Brant, la compositora argentina oriunda del barrio porteño de Flores, puso en las voces de artistas como Ricky Martin (Lo mejor de mi vida eres tú), Luis Fonsi (No me doy por vencido y Aquí estoy yo), Paulina Rubio (Ni rosas ni juguetes), Josh Groban (Si volvieras a mí), Enrique Iglesias (Me cuesta tanto olvidarte) y la lista sigue.

También los seis Grammy Latino y el Grammy global al Mejor Álbum de Pop Latino que en 2019 premió su disco Sincera, que Brant luce en su estudio, al que desde Los Angeles describe como su “templo”, y al cual decenas de artistas llevaron sus intenciones, para irse con una canción con pronóstico de éxito.

En 2019, Claudia Brant se quedó con el Grammy al mejor álbum de pop latino.

Algunas de las cuales ahora son parte de Manuscrito Deluxe, un álbum en el que decidió ponerle sus propia voz a temas que, en las versiones de intérpretes como Fonsi, Reik, y Rubio, entre otros, cuyos videos en YouTube sumados superan los 300 millones de reproducciones.

Un repertorio al que, además, Brant agregó como primer corte Hojas del viento, una balada que comparte con Nahuel Pennisi. “No hay ninguna pretensión; la canción habla por sí sola”, dice de su disco la artista, que transita sus 52 años y que asegura que no piensa su trabajo en términos de charts o clicks.

“Ahora estoy haciendo mi versión humilde, sincera, honesta, con el mejor arreglo posible para lo que a mí me gusta. Creo que eso es lo que tiene Manuscrito. Y lo que tiene Hojas del viento con Nahuel”, dice, con la tranquilidad de quien, después de 30 años de trayectoria, no tiene que demostrarle nada a nadie.

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-En alguna entrevista dijiste que no necesitás salir demasiado al mundo, sino que son los artistas quienes te llevan el mundo ahí, a tu estudio, donde no tenés que andar lookeándote para la foto y podés tomar tu café con leche sin que nadie te mire.

-¡Tomo mate! jaja. Es interesante el juego de palabras, porque los artistas vienen acá a mostrarme su mundo, que muchas veces es diferente del que muestran fuera de mi estudio. El contacto que requiere sentarse a escribir una canción hace que yo tenga que tener con ellos una interacción a un nivel un poco más profundo.

De alguna manera, en una canción van un montón de emociones del artista. Entonces, en el momento en el que la cruzan, esta puerta –Claudia señala desde su escritorio a uno de los costados- es como un catalizador. Enseguida percibo un planeta con el cual voy a coincidir mucho, tal vez un poquito o quizá nada.

Pero de alguna manera es una especie de sesión de terapia, porque entro en ese universo que solamente me van a mostrar a mí. Y para mí es un lujo, un honor y una experiencia increíble.

Claudia Brant dice que su vínculo con el artista que va en busca de una canción deber ser profundo.

-Me estás dando una mirada virtuosa de la cuestión. Pero esos artistas también van ahí a que les traduzcas su intención en una canción que, además, sea un éxito, se venda bien y les haga ganar un montón de plata. ¿Cómo se maneja esa presión?

-Es como cuando conoces a alguien y entablás una amistad, o conocés a una chica y te enamorás. A veces pasa y a veces… no pasa. No es algo que se pueda forzar, porque está muy ligado a la personalidad de cada personaje que cruza esta puerta.

Hay unos que tienen más magia que otros, que tienen el X factor que otros no. A mí me parece muy interesante entablar una conversación con esa química, con esas aristas, esos extremos oscuros y claros que tiene cada uno. Me resulta fascinante.

Hace 30 años que lo hago y no me canso, porque cada comenzar a trabajar con cada artista nuevo que aparece es como tomar un avión e irme a un país que no conocía.

-¿Cómo decide alguien que tiene una carrera como cantante por delante, como la que tenías vos, bajar del escenario para escribir cosas para que las cante otra gente? Cosas que, además, no parten de tus propios sentimientos o intenciones, sino de los de ellos. 

-Yo empecé a tocar la guitarra de chiquita; de hecho está ahí, es una Antigua Casa Núñez que me regalaron mis papás a los 6 años. Me encerraba a tocar en el baño, porque me gustaba la acústica, y tenía un cuadernito en el que escribía, escribía y escribía cosas que tenían melodía y letra.

Cuando tenía 17, mi amigo Pablo Novak me presentó a Mike Ribas, quien trabajaba en la televisión y me propuso traducir versiones de canciones al español. Salía de la escuela y hacía eso, que me dio una cancha bárbara con la pluma.

El cuadro, según resume Brant, se completó con las horas que pasaba en el estudio de Cachorro López y Sebastián Schon, al que un día llegó un Diego Torres que iba a hacer su primer disco. “Me preguntaron si me animaba a escribir algo, y dije que sí”, cuenta. Y escribió Estamos juntos.

“Después fueron Natalia Oreiro, Marta Sanchez, Cristian Castro… Hasta que un día dejé mi carrera como artista, me vine para acá y después ya no paró nunca más”.

Pero la cosa no fue tan fácil como hoy le resulta contarlo. Brant repasa una infancia en Flores, ahí nomás de la plaza y la iglesia, las pizzas en la San José de Flores, en la esquina de Rivadavia y Rivera Indarte, la combinación cotidiana de colectivo y subte para llegar al Nacional Buenos Aires, la elección de Arquitectura como carrera… Y, también, el rechazo de sus padres a un futuro en la música.

“No querían saber nada. Estaban absolutamente en contra. Y a los 17 o 18 no podía expresar con claridad lo que yo quería hacer. El tema de la música siempre estuvo lejos de mi barrio. Así que a los 21 me fui de mi casa”, recuerda.

El itinerario fue de Flores a Palermo, donde compartía un estudio chiquito con Coti Sorokin, mientras armaba su plan paso a paso, hasta que entendió que desde la Argentina no le resultaría fácil acceder al mercado internacional. “Entre eso y un amigo de Los Angeles que me entusiasmó, me hice la valija y me vine”, concluye.

-¿Con tus viejos la cuenta se saldó pronto o tardó un poco?

-Hubo un tiempo de rabieta. Ellos querían que yo hiciera una “carrera”, y yo quería escribir canciones y cantar. Para ellos eso era algo muy salvaje, así que la relación estuvo un poco rara durante muchos años. Después, cuando me vine para acá, mi papá ya falleció y mi mamá empezó a ver el estudio lleno de cuadritos, el Grammy arriba del piano y dijo: “Bueno, may be, puede ser. No estaba tan equivocada”. Jaja.

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