Dice Fabio Tarasow que fue un alumno no deseado y candidato a la ritalina, y que luego, como venganza, se recibió de docente y más adelante de licenciado en Ciencias de la Educación (UBA), y entonces salió a vagabundear por el mundo: estudió cine en la Universidad de Tel Aviv, cursó la Maestría en Comunicación y Tecnología Educativa en México, en el Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa.
Desde hace años —él dice que desde los tiempos de la Commodore 64— trabaja en la incorporación de tecnologías en la educación. Actualmente coordina el Proyecto Educación y Nuevas Tecnologías de Flacso y es asesor de diferentes proyectos de enseñanza en línea, propuestas disruptivas de e-learning y diversos formatos de incorporación de tecnologías digitales en los procesos de formación. Su nombre, casi como ninguno otro, está fuertemente asociado a la Tecnología Educativa.
Y si antes del 2020, pensar el e-learning era casi como ir contra los molinos de viento, hoy hay una nueva forma de estar en el mundo de la educación que implica un ramillete de posibilidades y metodologías. Es justamente por eso que Tarasow es una de las personas más relevantes para hablar del presente, pero sobre todo del futuro de la educación.
“La pandemia nos hizo repensar muchísimas cosas”, dijo Tarasow en el auditorio de Ticmas en la última edición de la Feria del Libro. “Se suponía que nosotros éramos los que teníamos más conocimiento para compartir —lo que era verdad—, pero tuvimos que repensar y cambiar una cantidad de cosas. Fue una experiencia de aprendizaje increíble”.
—¿Qué tuvieron que cambiar?
—Antes de la pandemia hacíamos mucho hincapié en que la educación en línea podía crear un espacio de encuentro de una manera asincrónica. Y, si bien las tecnologías prepandemias era diferentes, la irrupción de Zoom nos hizo pensar que había algo muy fuerte en el encuentro y en compartir el tiempo en ese momento.
—Hay una frase que dijiste aquí mismo hace algunos tres años: “En la educación en línea hay algo de tecnológico y de artesanal al mismo tiempo”.
—En todo el uso de la tecnología hay mucho de cómo y para qué se usa. La tecnología solita no resuelve nada. Uno como docente tiene que pensar dónde se usa, cómo se la fuerza para que sirva para lo que quiere hacer. Hay un trabajo muy importante del docente como artesano que conoce el producto y lo empieza a manipular para llevarlo hacia donde él quiere.
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—Podría decirse que la educación en general es esa mezcla de tecnología y artesanal.
—Sí, porque siempre hay alguien que tiene que saber operar con lo que tiene: con las tecnologías —digitales o no digitales—, con dar vuelta el espacio de aprendizaje. Ahí aparece ese saber que es artesanal y científico, porque el docente estudia. No es sólo la experiencia de los años, sino lo que se sabe y se aprende en la universidad y los profesorados.
—La educación en línea o no presencial o mediada por tecnología puso una serie de desafíos, problemáticas, barreras. La vuelta al aula es una realidad y para muchos es el único camino, pero por otro lado está el modelo híbrido. ¿Cuáles cosas no deberían perderse para la educación híbrida?
—Es cierto que hoy hay una fuerza de volver a las aulas y a lo presencial, pero lo sincrónico hoy es una oportunidad, no es una obligación. Y como oportunidad, entonces, nos permite pensar qué vale la pena hacer en lo sincrónico y qué en el aula física. Ir a la universidad un sábado a la mañana requiere de movilizaciones, tiempos, esfuerzos. La clase tal como la tenemos diseñada, ¿justifica hacerla presencial o hay una alternativa para hacerla sincrónica? Lo que hay que pensar hoy es en dónde vale la pena teniendo las dos opciones. No dar por sentado que ir al aula siempre es mejor.
—Hay otra frase tuya: “La web tiene que ser un lugar de encuentro”.
—Era un lugar de encuentro asincrónico, en ese momento, y hoy es un lugar de encuentro sincrónico. Y sigue siendo un lugar de encuentro para todo. Es la realidad extendida, la web.
—¿Las redes sociales sirven para educar o son ruido? Hay muchos proyectos educativos que acompañan su trabajo habitual a través de las redes sociales.
—Cuando hablamos de las redes sociales, ¿las estamos pensando con los chicos, con los adolescentes o con los adultos? Si pensamos en los chicos y adolescentes, son un buen lugar para ayudarlos a entender justamente qué son las redes sociales: qué significan, cuáles son las implicancias, las zonas grises, lo bueno, dónde hay que poner atención, qué vale la pena hacer. Con los adultos, que son un poquito más ciudadanos digitales, son un espacio para compartir, hacer, dialogar, encontrar. Todas las cosas que se hacen como actividades educativas se pueden hacer en las redes sociales, pero las redes sociales están diseñadas para chupar la energía de nuestro cerebro y dejarnos ahí escroleando ad infinitum. Y ahí, otra vez, yo, como docente y como artesano, tengo que articular algo que me deje del lado donde vale la pena hacer las cosas.
—En Flacso trabajás en el programa de educación y nuevas tecnologías. Las “nuevas tecnologías” nos acompañan desde hace años. ¿Pero qué son hoy las nuevas tecnologías?
—En realidad, hoy hablamos de tecnologías digitales, que son todas las posibilidades que da lo digital para aumentar ciertas capacidades humanas. Por ejemplo, la de hacer cálculos muy rápidos, la de la realidad aumentada, las 3D, la posibilidad de generar simulaciones y de crear ciertos espacios virtuales que simulan a la realidad y, a partir de eso, operar. Por ahí van las nuevas-nuevas tecnologías. Pero a la vuelta de la esquina siempre aparece otra cosa y siempre está esta idea de qué hacemos con esto como pedagogos.
—¿Qué te parecen las plataformas educativas?
—Todas las plataformas tienen su lado bueno y su lado no tan bueno. Su lado bueno: en un mismo lugar, uno encuentra muchas cosas y, de alguna manera, son un modelo o un lugar les sirve a muchos. Lo malo es que a veces las plataformas están muy acotadas, muy definidas, y cuando alguien quiere hacer algo más en seguida se choca con la pared. Pero siempre es difícil porque cuantos más usuarios haya en una plataforma, más equilibrio digital hay que hacer para que la plataforma sea estable, que no se caiga, que les sirva a todos, que esté disponible siempre. Para que eso suceda, uno tiene que tomar decisiones de una manera conservadora.
—¿El conductismo ya está superado en las plataformas?
—No, el conductismo es un problema de las plataformas. El día que tengamos un poder de cómputo que nos permita analizar el lenguaje natural de los humanos, las plataformas y los recursos educativos van a estar más asociados a otras propuestas y otras teorías del aprendizaje. Como eso todavía no es posible, muchas aplicaciones quedan acotados a la opción correcto/incorrecto, donde la respuesta correcta ya estaba definida y uno tiene que decirla tal como está grabada.
—¿Cómo ayudan las plataformas en la medición, el avance, la acreditación de saberes?
—Las plataformas pueden hacer un seguimiento de lo que hacen los alumnos. Qué miran, cuánto tiempo pasan en una pantalla y pueden medir si un alumno contesta o no una pregunta. De todas formas, son inferencias porque no sabemos si está leyendo como tampoco el que haya respondido correctamente al multiple choice me dice si realmente aprendió. Es lo que pasa también en la evaluación que no es por plataforma: hay una ilusión de que estoy midiendo qué sabe, pero es una ilusión y finalmente en la pista se ven los potros.
—¿Hacia dónde va a ir la tecnología educativa?
—Hay dos repuestas. La primera es que la tecnología educativa va a ir hacia donde queramos llevarla los docentes. La segunda es que claramente vamos a ir más hacia la realidad virtual. En la medida en que vemos que el mercado va hacia eso, las propuestas educativas van a aparecer ahí y va a depender de nosotros qué hacer. Una frase que digo es que la tecnología debe ser el combustible de la imaginación pedagógica.