Buenos Aires, 27/07/2024, edición Nº 5075
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Falcón y Varela: las calles de la mala memoria

Es notable la presencia de retazos de memoria que pertenecen al lado más oscuro y detestable de la historia argentina.

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Es notable la presencia de retazos de memoria que pertenecen al lado más oscuro y detestable de la historia argentina.

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Escribe Alan Ojeda

Ramón Falcón y Hector Benigno Varela pueden haber muerto, actualmente ser públicamente repudiados por la moral de turno pero, aun hoy en el barrio de Flores, en el 2014, una calle y una avenida llevan sus nombres. Se mantienen con indiferencia, son pocos aquellos que han buscado con ahínco reivindicar el lado de la historia del que todos deberían estar orgullosos: el de la clase obrera anarquista.

Con una moral dudosa, y hasta se podría acusar de hipócrita a quien lo hiciese, existen los nunca aceptarían que la calle Ramón Falcón se llame Simon Radowitzky, porque Simón fue un “violento”, era “un anarquista que manejaba bombas”. Sin embargo nadie habla de la violencia de las fuerzas represivas hacia los trabajadores en 1907 durante el desalojo masivo y la “Huelga de inquilinos” o en 1909 en la llamada “Semana Roja”, que comenzó un 1º de mayo, cuando Falcón mandó a reprimir a balazos a los militantes de la FORA que se manifestaban en la actual Plaza de los Dos Congresos, dejando un saldo 11 muertos y más de 105 heridos, para luego ordenar dispersar a tiros la columna de 60 mil personas que acompañaba los féretros de los obreros asesinados hacia el cementerio de Chacarita. La policía arrebató los féretros a la multitud para evitar el cortejo, y rechazó a balazos a los 4000 manifestantes que llegaron por sus propios medios a Chacarita para rendir homenaje. Nada más paradójico que, en un barrio de clase media-trabajadora, aun se justifique la violencia de los aparatos represivos del estado contra los obreros. Sin embargo ahí está, sobrevive al paso de la historia. Cabe recordar que durante el Proceso de Reorganización Nacional muchas calles y avenidas de las ciudades y pueblos argentinos cambiaron nombres democráticos ―como el presidente radical Hipólito Yrigoyen (1852-1933) o el legislador socialista Juan B. Justo (1865-1928)― por el nombre de Ramón L. Falcón.

Así es, la gente parece recordar -u olvidar de forma selectiva- lo relacionado al nombre de Ramón Lorenzo Flacón, el político, militar y policía que reprimió con mano de hierro las manifestaciones obreras de comienzos del Siglo XX, y usarlo para su querido barrio, con una poco sutil indiferencia.

Por otro lado tenemos otro personaje no menos terrible: Héctor Benigno Varela. La ironía que se encuentra tras su segundo nombre -Benigno-, es la de ser conocido, principalmente, por haber sido el responsable de la matanza de 1500 obreros en Santa Cruz, durante La Patagonia Rebelde en noviembre de 1920. Varela fue designado por Yrigoyen para intentar de limar asperezas entre las partes. Después de entrevistarse con los huelguistas se llega a un principio de acuerdo que, al retirarse Varela de las tierras patagónicas, los estancieros no cumplen y la huelga vuelve a iniciarse como si no hubiera habido acuerdo alguno. Frente a esta vuelta a la huelga nuevamente Varela es enviado a Santa Cruz. El Regimiento 10° de Caballería a cargo de Varela llegó a Río Gallegos el 10 de noviembre de 1921. Apenas llegado, Varela impuso la “pena de fusilamiento” contra los peones y obreros en huelga. Varela persiguió a los obreros por algo más de un mes, fusilando a la mayoría de ellos, incluyendo a uno de los lideres más emblemático, José Font, “Facón Grande”.

En Varela, se repite la historia. Quizá sea el “aburguesamiento”, porque que cada uno tiene su casita, o al menos le alcanza para alquilar un departamento; porque que ya ninguno de los que es indiferente o reivindica estos nombres vive en un conventillo, trabaja en el campo como peón y sale a protestar porque literalmente la plata no alcanza pese a ser explotado trabajando más de 14 horas al día por un salario inferior al mínimo, sin obra social y con la seguridad de ser despedido frente a la menor señal de enfermedad o incapacidad laboral; será porque quedaron lejos en la genealogía los familiares que pertenecieron a la utopía de los anarquistas, a los ideales de la igualdad social, de la lucha continua por la reivindicación de los valores básicos como la libertad; quizá sea porque los valores sean otros y la gente se haya resignado, porque ganó la indiferencia y el aislamiento, y ahora gusta de creer que a los palos y a los tiros se puede defender algo.

Un barrio, para quien hace mucho vive ahí, es como su familia pero en una versión más amplia, como una tribu. Darle nombre a las cosas tiene una importancia casi mágica, el nombre resuena en la memoria, le da entidad, existencia a algo. Las cosas que nos rodean y con las que nos relacionamos emocional y culturalmente merecen respeto y por sobre todo ser tratadas con responsabilidad, como los integrantes de nuestra familia. No creo que nadie quisiera nombrar a un recién nacido huérfano con el nombre del asesino que le quitó a los padres. Cuando nombramos ¿qué buscamos recordar?

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