Hubo un tiempo en que en la Capital no había vecinos con malos hábitos, ni caos de tránsito ni basura acumulada en la vía pública. En rigor, ni siquiera había ciudad. Y es que, según reconstrucciones realizadas por especialistas, hace un millón de años el paisaje porteño era bastante similar a la sabana africana, con mamíferos herbívoros e insectívoros de gran tamaño pastando y bebiendo del Río de la Plata, bajo la mirada acechante de depredadores carnívoros.
En la Buenos Aires prehistórica, entre 2 millones y 10.000 años atrás, en el mismo territorio donde en el último siglo crecieron edificios y se abrieron calles, vivían sin más reparo que el brindado por la naturaleza perezosos gigantes de hasta cinco metros de largo, dos metros de altura y cuatro toneladas de peso, como el megaterio (Megatherium), con fuertes brazos provistos de garras.
Con similar estructura, pero en menor tamaño, en el lugar que hoy sirve de entorno al Obelisco, en pleno corazón de la ciudad, durante el pleistoceno del período cuaternario era factible observar al celidoterio (Scelidotherium), de hocico largo y angosto, una suerte de primo del oso hormiguero.
Se trata del mamífero cuyos restos fueron más frecuentemente hallados en el subsuelo porteño, durante excavaciones realizadas para construcciones varias, incluidas las líneas de subte.
Distintas variedades de gliptodontes y armadillos, los parientes “acorazados” de los perezosos; caballos primitivos denominados hippidion, mastodontes, tigres diente de sable, toxodontes -parecidos a los actuales rinocerontes, pero sin cuernos- y hasta el temible oso de las pampas, el carnívoro más corpulento de los que vivieron en América del Sur durante el pleistoceno, también integraron la llamada megafauna que pobló los barrios porteños cuando, en rigor, las divisiones geopolíticas no existían.
Restos fósiles de ejemplares de esas y otras especies de la Era de Hielo -muy posteriores a los dinosaurios, que habitaron hace 65 millones de años y cuyas osamentas jamás fueron desenterradas del territorio porteño- fueron hallados en las entrañas del centro porteño, de Palermo, de Belgrano, de Saavedra, de Paternal, de Almagro y de Flores, entre otros puntos.
Por ejemplo, recuerda el paleontólogo Fernando Novas, en su libro Buenos Aires, un millón de años atrás (Editorial Siglo XXI), durante la construcción del puerto de la ciudad de Buenos Aires, allá por finales del 1800 se encontraron huesos de megaterios, tigres diente de sable (esmilodontes), muelas de mastodontes, cráneos de osos de las pampas, gliptodontes y mulitas, las únicas que aún sobreviven.
EXTINCIÓN
Y es que los mamíferos prehistóricos se extinguieron hace 10.000 años, por motivos que la ciencia todavía no logró desentrañar. “Algunas teorías adjudican la responsabilidad al hombre primitivo, que convivió con estos mamíferos sólo unos 2000 años, pues llegó a lo que ahora es la Argentina aproximadamente hace 12.000 años. Yo no creo que sea así, porque numéricamente los humanos eran muchos menos que los ejemplares de estas especies”, explicó Novas.
“La desaparición puede también haber obedecido a factores climáticos; si bien sobrevivieron a las grandes inundaciones por invasión del mar registradas hace 700.000 y 120.000 años, tras la última glaciación la temperatura subió varios grados en unos pocos miles de años. El impacto puede haber sido fuerte en la fauna”, agregó.
Aquellos porteños prehistóricos -en un ambiente que fue oscilando de seco y frío a húmedo y cálido- podrían haberse cruzado perfectamente con gliptodontes con caparazones del tamaño de un Fiat 600 en lo que hoy es el puerto, la Plaza de Mayo, Corrientes y Callao, la plaza San Martín, Cabildo y Juramento, o el Mercado del Abasto.
En este último sitio también formaban parte del paisaje los paraceros (ciervos extinguidos), las macrauquenias (un herbívoro del tipo del camello), los caballos hipiddion y los celidoterios, según lo demuestran los hallazgos paleontológicos.
El oso de las pampas, con sus 2 metros de longitud y 1,6 metro en cruz, era un vecino habitual del centro y del barrio de Flores, entre otros lugares, ya que la megafauna circulaba por toda la Capital y la provincia de Buenos Aires.
Mientras que mastodontes y mesoterios convivían en el entorno de plaza Italia y el Jardín Zoológico, los toxodontes circulaban por Villa General Mitre -se encontraron sus restos en César Díaz y Gavilán- y las paleolamas, antecesoras de los camélidos americanos como la llama, la alpaca, el guanaco y la vicuña.
Respecto de la relación que existía entre los humanos y la megafauna pleistocena en aquella planicie pampeana, probablemente fuera dual: los indígenas eran depredadores de los herbívoros y, a la vez, presa de los grandes carnívoros.
Un millón de años después, es la gran ciudad la que “devora” a los porteños con sus problemas de inseguridad, de tránsito y de convivencia..