Buenos Aires, 27/07/2024, edición Nº 5075
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Vecinos Famosos

Inés Fernández Moreno recibirá el Premio Sor Juana Inés de la Cruz

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La nieta del famoso poeta de Flores será premiada en México en los próximos días.

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(Barrio de Flores) De familia  de poetas, es hija de César y nieta de Baldomero Fernández Moreno. Nació en Buenos Aires en 1947. Es licenciada en Letras por la UBA, ha publicado cuatro libros de cuentos y tres novelas. Su primera novela, La última vez que maté a mi madre, recibió el Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires y el Premio Letras de Oro 2000 de Honorarte, y fue traducida al italiano.

Durante varios años, su capacidad creadora y su escritura estuvieron dirigidas a la publicidad. A los 35 años, Inés Fernández Moreno comenzó su labor literaria, que le daría su primer premio en 1991, por su cuento “Dios lo bendiga“. Dos años después, éste y otros cuentos conformarían su primer libro: La vida en la cornisa. En 1999 debutó como novelista con La última vez que maté a mi madre. Por su última obra, El cielo no existe -una novela en la que el conflicto de los vínculos afectivos se entrama con el género policial-, recibirá pasado mañana el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Es un reconocimiento al trabajo literario de las mujeres en el mundo hispano que entrega la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y es auspiciado por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Por ahora no es poeta, pese a ser hija de César y nieta de Baldomero.

A mi viejo una vez lo escuché decir “poeta es el que dice lo que va viendo“. Me encantó. Obvio que después no cualquiera puede escribir lo que va viendo y que eso sea poesía. A mí, en un sentido, me sucede lo mismo; ando mucho por la ciudad, me gusta observar cosas de la ciudad: la gente, el caos, los edificios, los locales, los nombres de los locales. La cosa un poquito deteriorada de la ciudad. Estoy muy atenta a esa cotidianidad y creo que en general lo que escribo está muy sumergido en la realidad, y en esta novela [El cielo no existe] la ciudad tiene mucha cabida, es una novela muy urbana.

Me da un poquito de miedo el deslizamiento hacia la poesía. Y sin embargo, me da placer. Yo poesía poesía no escribí nunca. La pertenencia a una familia de poetas tan importantes fue algo complicado para mí. Tiene sus ventajas y sus desventajas. El cuento, por su estructura, por su economía, está más cerca de la poesía que la novela. La novela admite más páginas flojas o simplemente funcionales.

Había una serie de frases de Macedonio [Fernández] que formaban parte del acervo familiar; por ejemplo, “las cosas otras“. “Ay, eso Macedonio diría que es una cosa otra“, “Ay, lo de más allá es una cosa sin ella.” Mi viejo tenía un humor y un gusto por el ingenio poético que casaban mucho con lo macedoniano, entonces a Macedonio lo tenía en la punta de la lengua siempre. Macedonio es como un gran permiso hacia la ruptura de los cánones tradicionales. Macedonio permitió el juego, abrió una perspectiva.

El desarrollo de la mujer en el mundo es desparejo. Suponemos que hemos avanzado, y sin embargo la discriminación está ahí nomás. A mí, mi dentista, cuando yo tenía once años y estudiaba para entrar al Buenos Aires, me decía: “Ay, Inesita, Inesita, no estudies tanto, que así no vas a conseguir novio”. Tenemos incorporado un modelo en que la mujer cumple ciertos roles y en que a la mujer le cuesta un poco más. Obviamente, las mujeres llegan a todo: tenemos una presidenta. Siempre ha habido escritoras maravillosas. En esto de encasillar la literatura de las mujeres aparte, eso puede funcionar como estímulo, como decir “a las mujeres hay que ayudarlas”, como minoría que ha sido discriminada. En ese sentido, un premio que premia la literatura producida por mujeres es un estímulo muy valioso. Lo que desean las mujeres que escriben es formar parte de la corriente de la literatura. Me parece que el premio Sor Juana, por su trayectoria, por las obras y por las escritoras que ha distinguido, está lejos de ese encasillamiento, es toda muy buena literatura.

La del exilio es una perspectiva interesante. Te obliga a tomar una distancia, porque salís del caldo en el que estás inmerso y desde afuera ves con una perspectiva más amplia, sin abandonar lo singular ni lo afectivo, que es muy profundo, entonces se combinan las dos cosas. Todo el calor de la pertenencia más una mirada más abierta y más objetiva. La cantidad de escritores que han escrito en el exilio es notable. En el exilio alcanzaron además su madurez. Por supuesto que depende de cuáles sean los exilios, porque hay exilios muy dolorosos y que tal vez puedan tergiversar u obstruir un poco la visión de lo que sucedió, de lo que sucede. Cada exilio debe tener su reflejo singular dentro de la producción literaria. Es una condición de adversidad. La adversidad, en este sentido, y en otros también, es un germen para la escritura. La literatura surge de los conflictos, de las cosas que te atormentan.

La culpa siempre es un meollo para la acción. La culpa te empuja a hacer cosas que están bien y cosas que están mal. No tenés culpa respecto de cualquier persona ni de cualquier cosa; cuando hay culpa, hay un afecto tuyo, hay una emoción en juego. Cuando vi esa frase de Villoro [“Sin culpa no hay historia”, epígrafe de El cielo no existe], me calzó justo. No sé si condensa, pero me parece que pega con algún sentimiento que uno tiene respecto de la novela.

El pasado te marca y produce efectos muy duraderos. A lo largo de la vida, cada uno va tejiendo sobre aquellos errores o déficits del pasado. Va curando esas supuestas marcas, pero no totalmente, hay momentos en que aquello resurge con una fuerza que es sorprendente. Vos decís: “Pero cómo, ¿y todo el trabajo de construcción que yo hice respecto de esto?”. Y de pronto te encontrás tan desvalido, como si nunca lo hubieras hecho. En algunos casos eso es irremediable, hay gente que está destruida y que no pudo superar ciertas cosas. Uno nunca se libera de su pasado.

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