(Barrio de Flores) “Aire de Steve Jobs, pero emparentado en la práctica con Bill Gates”. Clarín pone a Fernando Polack a la altura de dos tanques y dice que no es para nada exagerado. El médico pediatra e investigador argentino está en esa línea: es la línea de los hombres que iluminan. Era un destacado antes de la pandemia. Pero el coronavirus lo volvió popular. Su nombre suena en la charlas comunes. La gente anda diciendo: “Cómo irá el tema de Polack con las vacunas” o “Viste que está este Polack con la cuestión del plasma”. Así, como el Covid-19, fue su irrupción en el universo de todos.
Era marzo. Alberto Fernández lanzaba la cuarentena más larga del mundo. La voz delgada de Polack se hacía fuerte en paralelo. En el momento en que más fantasmas sobrevolaban la Argentina, cuando más respuestas se requerían, Polack, científico en zapatillas y buzo canguro, que trabaja en el barrio de Flores, apelaba a sus metáforas sobre elefantes y estampidas para hablar del comportamiento del virus. No sembraba pánico. Hacía llano lo complejo. Prometía que finalmente la pandemia pasaría.
Sigue siendo fascinante escucharlo. Youtube está plagado de entrevistas y charlas de ahora y de antes, declaraciones de un Polack más joven que habla sobre la importancia protectora de la lactanciamaterna en un hospital de Chaco, o sobre cómo los ambientes determinan la virulencia de las enfermedades respiratorias, o sobre labronquiolitis, que cada año manda a terapia intensiva a más chicos que el coronavirus.
Pero todo se volvió vértigo y Polack fue noticia dos veces más. A mediados de mayo, lanzó el proyecto de investigación sobre plasma para tratar enfermos de coronavirus más ambicioso hasta el momento. El plasma funciona. Luego golpeó a las puertas de la quinta de Olivos. Cuando los asistentes del presidente abrieron, estaban Polack y los representantes del laboratorio norteamericano Pfizer. Traían una noticia magnífica: que el país integraría el selecto lote de naciones donde se probará uno de los proyectos de vacunas más avanzados que existen contra la enfermedad. La semana que viene los primeros voluntarios argentinos inician los ensayos de fase 3.
Pero Polack no quería ser Polack, huelga decirlo. De haber sido por él, hubiera enfilado para las humanísticas. Le marcó la cancha, como pasa en cualquier familia, la procedencia. Padre médico. Madre odontóloga. A él le tiraban la literatura, la sociología, la filosofía, la historia, algo vinculado con lo narrativo, algo que se detecta en su manera de expresarse, posiblemente heredado de su abuela rusa, contadora de historias sobre pogroms y zares, radicada en Entre Ríos a fines de siglo XIX. De su madre, recuerda que solía decirle: “Todo lo material te lo pueden sacar, lo único que podés proteger es lo que tenés en tu cabeza”. No tenía escapatoria: el saber, fuera sobre lo que fuera, se perfilaba como un destino.
Adolescencia en los ’80. Primavera democrática. Raúl Alfonsín. Veranos de fútbol y tenis en el náutico Hacoaj. Vacaciones en Brasil. Callejear por Barrio Norte. Como un cóctel antiviral, ése es el cóctel de la juventud de Polack. Están, por supuesto, el Colegio Nacional Buenos Aires y, finalmente, la UBA. Sus amigos dicen que verlo hoy y pensar en el que era ayer no es para nada sorprendente: en el joven Polack, estudioso, buen tipo, dedicado, fanático de River, amante de la música brasileña, está el germen del Polack de hoy.
Hoy tiene 53 años. Es padre de Leandro, músico de jazz, casi filósofo, 24 años, y de Julia, 22 años, fascinada por todo lo que está relacionado con la gastronomía. Nacidos ambos en los Estados Unidos. Leandro en Michigan. Julia en Baltimore. Pero no hay que adelantarse. Antes de eso, en la vida de Polack está Mariana, su ex mujer y madre de sus hijos. Se conocieron en la UBA. Se casaron en 1993. Él tenía 25. Ella 27. Por esas circularidades de la vida, hay un dato de color, que más que dato de color, habla de un enlace: Mariana es odontóloga. La mamá de Polack era su profesora en la universidad.
Se fueron a vivir a los Estados Unidos. Armaron una familia. Becas de investigación y proyectos médicos van marcando la ruta de los Polack por el imperio. La Argentina se extraña, pero es momento de siembra. Están los médicos que hacen recetas y están los que siguen camino, calibrando el GPS interior para detectar cuál es la próxima escala. Sirve para la vida, para cualquier carrera en general. Polack era y sigue siendo un buscador de próximas escalas.
En América del Norte, se consagra como investigador pediátrico. Estudia y trabaja en la Johns Hopkins University. Recibe el premio a mejor investigador joven en Pediatría de los Estados Unidos y el reconocimiento a la excelencia en investigación pediátrica por parte de la Sociedad de Investigación Pediátrica norteamericana. Actualmente sigue siendo profesor de Pediatría en la Vanderbilt University. Allí donde ocupa el sillón que lleva el nombre del premio Nobel argentino César Milstein.
Pero pega la vuelta. Pega la vuelta cuando los científicos y médicos jóvenes de la Argentina se están yendo del país, cuando todavía desgarra la crisis de salida de la convertibilidad. Época de fuga de cerebros. En 2003, los Polack vuelven al país. Tiempos de asentamiento, tiempos de separación, de una nueva vida.
También de refundación. Crea en 2003 la Fundación Infant. Con sede en Flores (Gavilán 94), además de investigar, formar estudiantes locales, y recibir alumnos de las universidades de Georgetown y Vanderbilt, Infant creó una red de investigación integrada por pediatras en 26 hospitales de la Argentina, que llegó a dar cobertura a más de 2 millones de chicos y sus padres. Sabido es que Infant ha recibido apoyo de la Fundación Bill y Melinda Gates, entre otras de la primera línea global, y que sus trabajos sobre enfermedades respiratorias en niños se han convertido en referencia para la comunidad científica pediátrica internacional.
Polack tiene la capacidad de contar como una película sus experiencias de trabajo durante la pandemia de Gripe A. Recuerda los hospitales del conurbano, los pabellones, las “escafandras”, un médico “vestido como astronauta” que los acompaña a lugares difíciles, con pacientes que se apilan y trabajadores que no dan abasto. Polack puede hablar de un picnic que se hace el coronavirus cuando no existen anticuerpos que lo reconocen. O de una vacuna capaz de “atontar al virus” para que no sepa qué hacer. Tiene una capacidad didáctica y creativa pocas veces vista en un experto de su talla.
¿Será de contemplar tanto su pintura preferida? Cisnes que se reflejan sobre elefantes, de Salvador Dalí. Se lo confesó hace años al diario de La Nación. Dijo que esa era la metáfora de lo que para él tienen que hacer los científicos: buscar los elefantes que son el reflejo de los cisnes en el agua. NR