Buenos Aires, 08/09/2024, edición Nº 5118
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Salala: un pasaje del barrio de Flores con historia

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Pocas veces –por no decir nunca- ponemos nuestra atención en los pasajes de Buenos Aires. Sombríos, con aires de hampa, enemigos de la claridad diurna, estos callejones tienen, sin más, alguna historia que contar. Quizás un relato perdido, o nombres de gente común que forjó el país.

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(Barrio de Flores) El pasaje Salala está ubicado junto a la actual Basílica Menor de San José de Flores. El otro pasaje, de nombre Pescadores, se ubica hacia el otro costado de la Iglesia. Ahora Bien, ¿qué datos y curiosidades encierra aquél pasaje despreciado del viejo Flores? Aquí hay huellas de la época de Juan Manuel de Rosas.

La nomenclatura de la calle fue trazada por un galés de nombre Pedro Pablo Roberts entre 1830 y 1831, es decir, durante la primera gobernación bonaerense del Restaurador. Ya en 1808, el fundador del pueblo, don Ramón Francisco Flores, había donado la parcela para erigir la Iglesia, proyecto que recién dio sus frutos por iniciativa y principal peculio de Rosas a partir de 1830. La iglesia fue obra de Felipe Senillosa, quedando inaugurada el 11 de diciembre de 1831, y su consagración le correspondió al Obispo Mariano Medrano. Su primer párroco fue un amigo de años de Rosas: el cura párroco Martín Boneo.

El ingeniero y pintor Carlos Pellegrini dejó plasmada en una famosa acuarela de 1840 la primera Iglesia de San José de Flores. En su frontispicio se leía: “TU ERES NUESTRA/ AYUDA Y PROTECCION/ SSmo. JOSE”, y debajo: “CONSTRUIDO
BAJO LOS AUSPICIOS DEL EXMO. RESTAURADOR BRIGADIER GENERAL DON JUAN MANUEL DE ROSAS”. En el interior del templo existía un hermoso reloj de pie proveniente de Liverpool, Inglaterra, obsequio de Juan Manuel de Rosas, quien, dicho sea de paso, asistió a la colocación de la piedra fundamental.

Para enaltecer el paisaje montaraz del pueblo provincial de Flores, el gobierno federal contrató a Pedro Pablo Roberts para que trazara dos callejuelas a los costados del templo, caminos que con el tiempo pasaron a llamarse Salala y Pescadores. Un tercer pasaje, que corta en dos mitades iguales a Salala, se denominará Gral. Espejo. El galés Roberts habría dicho que el pasaje Salala serviría “al sólo efecto de aumentar la valorización de las casas vecinas”.

Es muy difícil precisar si el nombre Salala lo puso Pedro Roberts desde el vamos (1830), aunque bien podría esgrimirse que históricamente tal nombre era famoso desde el 12 de febrero de 1817, pues en esa efemérides se libró la batalla de Salala que enfrentó a tropas argentinas –mandadas por el coronel Juan Manuel Cabot- contra fuerzas realistas en Limarí, República de Chile. El triunfo de esta refriega de la guerra independentista fue, en esa ocasión, para los criollos.

Del galés Pedro Pablo Roberts –el padre del pasaje Salala y los demás- se sabe
poco, aunque hay algunas pistas referenciales dando vueltas. Fue honorable vecino del
pueblo San José de Flores y hombre de gran formación cultural, que había contraído
nupcias con una mujer de igual condición social, doña Josefa Silveyra. Ambos tuvieron
un crío que fue eximio médico benefactor del país, a quien dieron en llamar Pedro
Florencio Roberts, nato en el pueblo de Flores el 23 de febrero de 1844.1

SALALA, HOY

Podemos ver en la actualidad que por las edificaciones que existen en los pasajes Salala y Pescadores, el de reductos más viejos es el primero. El testimonio de una fotografía de 1971 indicaba que en Salala sobrevivían los restos de una casa de los tiempos de Rosas.

Como podrá apreciarse en las imágenes colgadas, el deterioro de 1971 al presente fue mayúsculo. Un revoque pésimamente completado terminó por estropear el frontispicio de inconfundibles líneas hispánicas, con ventanales casi sobre el piso y puertas a la misma altura.

Los graffiti, la suciedad circundante y la soledad son hoy los compañeros de esta casona derruida, promesa trunca de épocas mejores. Así como se ha escondido esta estampa federal, hubo otros tantos mojones que directamente fueron suprimidos al compás de los devaneos políticos, como ser la residencia que tenía Juan Nepomuceno Terrero –socio de Rosas en el primer saladero que hubo en la provincia de Buenos Aires- en lo que actualmente es la Avenida Rivadavia 6440.

Desaparecieron las guitarras de los paisanos que daban a San José de Flores su cansina modestia pueblerina, como también se han ido para siempre sus patios con aljibes o sus hombres de espuelas y divisas. La nada se pierde en las calles sin nombre, y la historia pasa cual aprendizaje inservible, como una sinrazón. Pobre Flores, así lo
hemos despreciado.

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Fuente consultada:http://jovenesrevisionistas.org/

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