Buenos Aires, 25/07/2024, edición Nº 5073
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Santa María Rossello y Flores

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Hace doscientos años, un 27 de mayo de 1811, en la hermosa ciudad costera de Albisola Marina, próxima a Génova y Savona, ciudad natal de los papas Sixto IV y Julio II, vio la luz por vez primera Josefa María Rossello, la cuarta de diez hijos del matrimonio de Bartolomé Rossello y María Dedone, humildes alfareros de la Liguria.

Ya de niña, la pequeña María dio señales de energía y decisión, cualidades que le valieron de su padre, el apodo de “pequeña capitana” por verla líder e influyente entre sus amistades. Por entonces aprendió a modelar la arcilla y ayudar en las faenas del hogar, especialmente el cuidado de sus hermanos lo que permitió a su madre atender otras responsabilidades.

Siendo adolescente manifestó interés por el estudio y la asistencia a los pobres, naciendo a partir de entonces su devoción a la Santísima Virgen y la Cruz de Cristo. A los 16 años se hizo terciaria franciscana siendo una de sus primeras misiones evangélicas el cuidado de un rico ciudadano, el señor Monleone, que yacía paralítico desde hacía tiempo.

Ocho años de su vida le dedicó a esa labor con tanto amor que, fallecido el dueño de casa, su viuda la hizo heredera de la cuantiosa fortuna familiar, cosa que ella rechazó por considerar que sólo había servido a Dios. Un tiempo antes había manifestado a su confesor la decisión de hacer clausura pero dada su vitalidad y espíritu de emprendimiento, aquel la disuadió. Era evidente que ese modo de vida no se ajustaba al temperamento de María Josefa y que no era lo que el Señor tenía reservado para ella.

María Josefa tenía 27 años cuando en 1837 fundó la congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, también llamada de la Merced. El obispo le buscó una casa y ella se ocupó de reclutar a las primeras voluntarias, Ángela y Dominga Pescio y Paulina Barla, con las que puso manos a la obra de manera inmediata.

Cuenta el padre Jorge Papasogli que estando internada por una dolencia, supo la fundadora que una niña de color, recogida de la calle, yacía gravemente enferma en una cama contigua y que su cuadro se agravaba profundamente. La madre Josefa insistió en visitarla y pese a su estado de salud se dirigió hasta su lecho, asistida por otras hermanas. “Escucha- le dijo al verla- cuando tengas la dicha de hablar con Jesús, con María y San José, ¿me puedes hacer un favor?”. La niña respondió afirmativamente y entonces María Josefa agregó:“Necesito, y mucho, abrir una casa para niñas como tú, pero no tengo dinero. Cuando estés con ellos, ¿les pedirás que me ayuden?”. Haciendo un esfuerzo supremo la niña dijo que sí y al tiempo, expiró.

Así nació la congregación, de manera humilde y sencilla, siendo su lema que cualquier muchacha con deseos de ingresar en ella fuese aceptada aún sin dote. Confiando plenamente en la Divina Providencia la fundadora se abocó de lleno a su obra aplicando siempre el lema “El corazón a Dios y las manos al trabajo”. De esta manera comenzó la heroica misión de la Madre Rossello en el mundo, liberando, criando, educando e insertando en la sociedad a las niñas esclavas traídas desde África.

El 14 de noviembre de 1875 zarpó del puerto de Génova el “Savoy”, llevando a bordo a quince religiosas de las Hijas de la Misericordia encabezadas por su superiora, sor María Claudia Terrati. Con ellas viajaban los primeros padres salesianos enviados por Don Bosco a nuestro país, quienes fondearon en el puerto de Buenos Aires el 14 de diciembre del mismo año para iniciar, ambas congregaciones, su gigantesca misión. Las hermanas, que antes de partir recibieron la bendición del santo, se dedicaron a la atención de los enfermos, acudiendo a los domicilios particulares cuando sus servicios eran requeridos. Actuaron con absoluto desinterés incluso en tiempo de las epidemias de viruela y cólera que hicieron nuevamente estragos en nuestra capital, como en 1867 y 1871. Cumpliendo con las directivas impartidas por la fundadora, las hermanas inauguraron la primera casa del continente americano y con ella colegios, hospitales, refugios y obras de caridad.

Desde la Argentina, la congregación se expandió por todo el continente.  Sor María Josefa Rossello estuvo al frente de su comunidad por espacio de cuarenta años. Una serie de males minaron su salud, falleciendo rodeada por sus hijas de la congregación, el 7 de diciembre de 1880. Su cuerpo fue depositado en la capilla de la Casa General y su corazón en la de la Casa Madre, en Savona. S.S. El Papa Pío XII la proclamó santa el 12 de junio de 1949.

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