Buenos Aires, 15/05/2024, edición Nº 5002
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El Cura de la Villa 1-11-14

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Es el cura párroco de la Villa 1-11-14 y está al frente de la iglesia Santa María Madre del Pueblo. De esa capilla principal, que se levanta en el Bajo Flores, dependen otras pequeñas, emplazadas en el corazón mismo de uno de los asentamientos más populosos de la Capital Federal: Iratí, San Juan Bautista y San Antonio. “Durante la dictadura había una ideología de erradicación de las villas, que se ejecutó de un modo cruel; luego, ya en democracia, empezó el concepto de urbanización, centrado en la idea de que la Ciudad debe llevarles su ‘civilización’ a los pobres, y hoy se instaló la idea, que nosotros impulsamos, de integración”, afirma para NU el padre Gustavo Carrara, integrante del equipo de curas villeros de la Capital, impulsado por el obispo Jorge Bergoglio.

“Observamos que, si bien quedan muchas deudas pendientes, hay más presencia del Estado, y eso genera más tranquilidad. Aunque el trabajo verdadero lo hace la gente que vive aquí. Con los políticos, sean del color que fueren, siempre hay tensión. Sin embargo, notamos más compromiso del área de Desarrollo Social del Gobierno porteño y también de Seguridad, a nivel nacional. El operativo Cinturón Sur, llevado adelante por la Gendarmería, aportó mayor seguridad.”

Carrara fue compañero del padre José Di Paola, el padre Pepe, quien se hizo masivamente conocido cuando denunció la despenalización de hecho del consumo de paco en los barrios pobres. Quien fue párroco de Caacupé, y el más mediático de los curas villeros, reside actualmente en Santiago del Estero, donde fue trasladado, dicen, para preservarlo después de reiteradas amenazas de muerte, presumiblemente por parte de los narcos que denunció.

–¿Qué ha cambiado desde aquellas denuncias?
–Si bien lo que falta siempre es proporcionalmente mucho más de lo que hay, notamos que el Estado, ya sea el porteño como el nacional, está un poco más cerca. Últimamente, y a raíz de una carta que mandé al Ejecutivo, tenemos en la parroquia una oficina de acceso a la Justicia, que depende de la Nación, donde la gente puede hacer mediaciones o tramitar documentos. Si bien esos trámites ya se venían haciendo más fáciles para la clase media, muchas veces la gente de la villa no podía llegar hasta esas oficinas simplemente porque no tiene plata para el boleto de colectivo.

–Supongo que la inclusión, a través del acceso a la Justicia, además de ser un derecho básico, debe aliviar la sensación de marginalidad, que entre otras cosas empuja al consumo de drogas. Sobre todo, del paco.
–Sí, nosotros decimos que, así como el Chagas era el síntoma de la marginalidad en un momento, el consumo del paco es, actualmente, la cara de la exclusión. Es la expresión del no lugar que tiene la gente pobre: desde, justamente, la dificultad para acceder a la documentación y otros derechos como la educación, el reconocimiento y el despliegue de sus potencialidades.

–¿Qué hace concretamente el párroco de una villa populosa como la del Bajo Flores?
–Justamente, tratamos de ser la primera oferta. ¿De qué manera? Generando espacios para que los chicos puedan desplegar sus potencialidades. Por supuesto que tenemos hogares para el adicto y su familia, que están ubicados en los asentamientos más grandes, en Retiro, Barracas y el Bajo Flores. Pero estamos incorporando un sistema de apoyo entre los chicos más grandes y los más pequeños. Cuando uno es chico, siempre busca ejemplos en los mayores, y estamos impulsando un programa para que los más grandes acompañen, enseñen y se conviertan en referencia para los más chicos. Y que éstos, en lugar de tener como ejemplo a otros jóvenes que delinquen, conecten con estos otros, que trabajan, estudian, se esfuerzan. Luego, a fin de año, todos se van a Bariloche de campamento, como un premio colectivo.

–¿Y usted no se toma vacaciones? ¿Qué hacen los sacerdotes en enero y febrero?
–En mi caso, me tomo un descanso para estar con mis hermanos y mi padre. Y es un tiempo especial, porque cuando uno tiene responsabilidad en una villa, y se va a otro lado por cualquier evento, siempre tiene esa sensación de alerta de que algo puede pasar en la ausencia. En cambio, en vacaciones, como hay otro sacerdote reemplazándome, puedo irme tranquilo. También se arman grupos de sacerdotes, que se toman vacaciones juntos. El verano también es tiempo de compartir.

Se crió en una familia de clase media, y hoy vive muy lejos del paraíso. Antes de ser uno de los curas villeros, liderados por Bergoglio, estuvo en otras parroquias, en barrios de clase media o media alta, como la Iglesia de la Redonda, en Belgrano. “Pero yo me siento más cómodo aquí, en la villa. Y si bien hay problemas, la gente es más sencilla, los problemas se exponen con mayor claridad, sobre la mesa.”

Según el Censo, en 1991 había 50 mil habitantes en las villas de Capital, cifra que se duplicó en 2001, y que volvió a trepar en 2011. La última medición contabiliza 150 mil personas, entre las que hay un alto componente de inmigrantes de países limítrofes. Sin embargo, tanto el padre Carrara como quienes se dedican a hacer estudios sobre sectores populares saben que esos cálculos son conservadores.

“Podría haber unas 250 mil personas”, estima el sacerdote, según números recabados por la Universidad Católica. Las investigaciones de la UCA revelaron un dato clave: el 44 por ciento de quienes viven en las villas porteñas tiene menos de 17 años.

–¿Para qué utilizaron ese dato?
–Para generar actividades artísticas y de encuentro, donde los niños y adolescentes puedan encontrar un lugar seguro para divertirse, pero también para hablar de sus problemas.

–¿Cómo se neutraliza la discriminación que muchos en la Ciudad sienten hacia los bolivianos o paraguayos? ¿Puede la Iglesia hacer ese trabajo de integración cultural?
–De hecho, es lo que hacemos, incluso integrando las figuras de fe de sus países de origen. Es importante que se resguarde esa memoria. También incorporamos la cultura religiosa, por ejemplo a través de las vírgenes ligadas a cada comunidad, cuando se trata de gente que viene de las provincias argentinas, como las norteñas o el Litoral. Como te decía: hoy por hoy, queremos llegar antes que el paco, y prevenir antes que correr detrás del problema consumado.

 

 

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