Desconocido por algunos e indispensable para muchos otros, une Flores con Soldati y Villa Lugano.
Podríamos definirlo como uno de los últimos tranvías de Buenos Aires, aunque su recorrido sea desconocido por muchos porteños, debido a que los barrios que atraviesa, entre Flores y el extremo sur de la Ciudad, están lejos de los circuitos turísticos o de moda. La mayoría sólo lo ha escuchado mencionar en las noticias: “El Premetro funciona con normalidad”, dice el estado del tránsito. Pero lo cierto es que viajar en el Premetro es esencial para quienes viven en Villa Lugano, Soldati y Villa Riachuelo y, tal vez, una experiencia única para el forastero que se decide a tomarlo.
Del centro a la periferia o viceversa son los recorridos posibles a través de la doble vía de este medio de transporte urbano. La estación terminal Intendente Saguier se encuentra bajo la Autopista 25 de Mayo, donde es posible combinar con la Línea E del subte, que comunica con estaciones como Boedo, Independencia y Bolívar, en Plaza de Mayo. Los $ 2,50 que cuesta el boleto de subte sirven también para abordar esta máquina. Quien viaja exclusivamente en Premetro paga 0,75 centavos. A los que llegan del subte, un guarda les entrega en mano: “Premetro conexión sin cargo”, que suele incluir alguna frase al dorso: “Nadie elegiría vivir sin amigos, aunque poseyera el mundo”, Aristóteles.
La capacidad de los vagones es de 60 personas, aunque en el horario pico siempre esté desbordado. Al salir del andén, la máquina se desliza prácticamente sin hacer ruido a diferencia del tren o de un subte. Sobre la avenida Lafuente, la geografía se divide en dos: a la derecha, las casas bajas del Bajo Flores; a la izquierda, el primer conjunto de monoblocks de la zona, San Pedrito.
El paredón que rodea el Cementerio de Flores irrumpe, y llega la primera parada, Balbastro, a las puertas del descanso eterno. Antes, un paisaje lúgubre se adueñaba del recorrido, ya que desde las ventanillas se veían las cruces en las tumbas. Ahora, los pinos dan una imagen menos inquietante.
El viaje sigue por la avenida Mariano Acosta y pasa por un antiguo asentamiento, ahora urbanizado, el barrio Ramón Carrillo. El Premetro bordea el Carrillo y a bordo se va haciendo lugar, ya que muchos bajan. Niños con guardapolvos, madres con sus hijos de la mano, trabajadores, adolescentes con celulares que musicalizan el ambiente con cumbia o reaggeton. Al costado de la vía, carros tirados por caballos, perros ladrándole a la rueda metálica y los grandes talleres de Metrovías, donde se divisa alguna vieja formación oxidándose en los galpones. Los Lagartos fueron los primeros coches, eran un poco más cortos y de color verde. En 1989 llegaron las unidades más modernas de Materfer, con más tecnología, que son las que funcionan actualmente. Los Lagartos fueron desmantelados pero en 2004 la Asociación Amigos del Tranvía rescató una carrocería: restaurada, hoy forma parte del Tranvía Histórico de Caballito.
El Premetro, llamado oficialmente Línea E2, integra la Red de Subterráneos de Buenos Aires, aunque su característica sea el moverse “a nivel”, como definen los especialistas, o sea sobre la superficie. El primer tren parte a las 5.30 de la madrugada, el último a las 21.29. Los viajes entre cabeceras, el recorrido entre las 18 estaciones, duran unos 25 minutos. Es difícil calcular cuántos pasajeros usan el Premetro porque la norma es el pagadiós.
Las noticias que se escuchan de los barrios que cruza el Premetro son casi siempre vinculadas a casos policiales, pero la verdad es que aquí viajan trabajadores y sus hijos que, lejos de la estigmatización pública, pelean y sueñan por algo mejor. Al pasar por el frente de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, más de uno se persigna.
Cuando Mariano Acosta choca con la avenida Fernández de la Cruz, la parada lleva el nombre de un presidente argentino, Arturo Illia. Tal vez debido a los colores políticos del intendente de entonces, el mismo que puso su nombre a la terminal. Aunque pocos la llamen así, para la mayoría ésta es la estación Soldati. Otro conjunto de monoblocks lleva el nombre del fundador de muchos de estos barrios, el empresario italiano don José Soldati. Él fue quien loteó, en 1908, los terrenos que atraviesan estos vagones. Muchos pasajeros bajan corriendo para alcanzar el tren Belgrano Sur, rumbo a Aldo Bonzi o González Catán. Las villas de emergencia son una realidad a ambos lados de las vías y se ven inmigrantes, madres de trenzas negras con niños cargados en las espaldas, las bolsas de las compras y un aire distinto, más a campo. También se puede distinguir otra triste realidad en las miradas ajenas de los pibes consumidos por la base, la pasta, el paco.
El Premetro sube una lomada por la avenida Cruz y desde la cima se pueden ver largas extensiones de verde. La cancha del glorioso Sacachispas y el olvidado Parque de la Ciudad, un parque de diversiones furor en los años 80, cuando se lo conocía con el nombre de Interama. Más de uno, al ver la montaña rusa de agua desde la ventanilla, se emociona al recordar viejas anécdotas: en plena caída pasarse para atrás y dejar que otro se moja ra. Y ni qué hablar de la gran torre del Parque de la Ciudad, una postal que tranquilamente podría competirle al Obelisco, y desde la cual muchos afirman que se podía ver la costa uruguaya. Mito o verdad, algo incomprobable, ya que la torre permanece cerrada al público desde hace mucho tiempo.
La estación donde funcionaba este viejo parque de diversiones se ha vuelto un lugar importante para los vecinos de esta parte de la ciudad. Es donde se acaba de inaugurar el Centro de Salud y Acción Comunitaria (Cesac) N° 44. Un intento del gobierno porteño por suplir un reclamo histórico: un hospital para Lugano. Enfrente puede verse lo que era el inmenso estacionamiento del parque, utilizado por los vecinos para enseñarle a manejar a algún pariente, aunque ahora planean construir un polo farmacéutico, según reza un cartel amarillo y blanco.
De repente, el Premetro va acercándose al final de su recorrido y atraviesa la rotonda de Escalada para llegar a uno de los primeros hipermercados de Buenos Aires. Los domingos es un clásico ver a la gente del barrio que se sube al Premetro y se baja en el “factory outlet” para ir a hacer las compras del mes al súper del elefantito o simplemente a mirar las vidrieras.
Otra vez las vías nos delimitan el paisaje: a la derecha, el inmenso desarmadero de autos; a la izquierda, una extraña cancha de golf. Sí, un deporte de la clase alta en una de las zonas más marginales de la ciudad.
República de Lugano, dice el pilar de un monumento antes de llegar a Lugano I y II. Aquí las vías se bifurcan: unas rumbo a la parada del Centro Cívico de Lugano, esa enorme mole de monoblocks con cerca de 70.000 habitantes; y el otro ramal, llamado General Savio, que bordea el barrio por la calle Larrazábal y finaliza sobre la avenida General Roca, a pocas cuadras del Registro Automotor donde se tramita la licencia para conducir.
Al descender estamos lejos, muy lejos del centro. Los autores del tango no le han dedicado versos a estos barrios. Aunque siempre me gustó pensar que Pichuco, al escribir en Sur: “Pompeya y más allá la inundación”, tuvo en cuenta a esos pantanos donde años después se alzarían los monoblocks y las vidas de miles y miles de porteños.