Buenos Aires, 14/03/2025, edición Nº 5305
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Aira

César Aira, el escritor de cien libros que enunció su ars poética desde el Pumper Nic de Flores

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Escribe Alejandra Rodríguez Ballester

(Barrio de Flores) Un cumpleaños que no es solo biográfico sino que tiene sentido en relación con otra cifra redonda que cumplieron sus libros: El gran misterio (Blatt y Ríos, 2018) es el número 100, un número que tiene algo de asombroso y desmesurado, aunque el autor minimice con diminutivos su continuo de “novelitas”. Será por eso que su obra mereció otro tipo de celebración en 2018, el volumen César Aira, un catálogo, que compuso Ricardo Strafacce, necesario para reunir una producción tan copiosa como dispersa, a partir de la conocida estrategia antimercado de su autor, que evitó el compromiso con los grandes sellos y opuso la proliferación a la lógica de la novedad, publicando tanto en las grandes como en infinidad de pequeñas editoriales. La suya es “una colocación desviada, ‘irónica’ en relación con la industria cultural”, como señala la especialista Graciela Montaldo.

¿Existe un único Aira detrás de esos cien libros? ¿Hay acaso alguno de ellos que pueda elegirse como su obra capital, si es que ese adjetivo le cuadra a un escritor que reniega de los grandes gestos? ¿Es uno y el mismo Aira el que veneran sus lectores más fieles? ¿O existe un Aira para cada cual, un Aira para lectores extremadamente diversos? Un Aira que lee la historia y la historia de la literatura a su manera, un Aira exótico, un Aira realista, un Aira pop, un Aira barrial, un Aira de ciencia ficción, un Aira social y antropológico, un Aira delirante, desbordado, un Aira humorista, un Aira abstracto y conceptual. ¿O será el Aira ensayista, el Aira poeta, el polemista, el preferido? Un Aira siempre elusivo, que escamotea el sentido, lo desvía. El Aira teórico, que en sus textos y sus intervenciones invita a rastrear una nueva concepción del arte o de la literatura.

La enumeración podría seguir. Pero en busca de una definición que dé en la clave de su novedad, los críticos hicieron su apuesta. El escritor Alan Pauls habla de “misterio” para referirse a “ese cuerpo extraño” que Aira inocula en la literatura argentina, imagina a Aira como un gurú, a la manera de Marcel Duchamp, de John Cage o de Macedonio Fernández, con “su gusto por la paradoja, el humor, el nonsense; la defensa de un concepto de verdad anintencional; el goce de lo instantáneo; la creencia en el azar; el culto simultáneo del secreto y de los mecanismos del secreto”. La crítica Graciela Speranza pone el acento en el “impulso heredero de Roussel y Duchamp” y asocia su fuerza operativa con las artes plásticas y las vanguardias. El escritor Damián Tabarovsky lo ubica en el nuevo canon de la literatura de izquierda, junto a Fogwill y Héctor Libertella.

Enemigo declarado de las “bellas letras”, del estilo pulido, de la corrección y la perfección de la escritura, Aira formuló inicialmente un programa basado en la demolición de los rasgos característicos de cierta literatura que motorizaba al mercado. En la contratapa que escribió para Ema, la cautiva, publicada en 1981, comienza a delinear su programa estético, criticando las largas novelas que traducía para ganarse la vida, “de esas llamadas góticas, odiseas de mujeres, ya inglesas, ya californianas, que trasladan sus morondangas de siempre por mares himenópticos, mares de té pasional”. “Las disfrutaba, por supuesto, pero con la práctica llegué a sentir que había demasiadas pasiones y que cada una anulaba a las demás como un desodorizante de ambientes. Fue todo pensarlo y concebir la idea, atlética si las hay, de escribir una gótica simplificada”. Al derroche de pasión de los novelones que abomina, le opone su contrario: “al terminar resultó que Ema, mi pequeña yo mismo, había creado para mí una pasión nueva, la pasión por la que pueden cambiarse todas las otras, como el dinero se cambia por todas las cosas: la Indiferencia. ¿Qué más pedir?”.

En Ema, la cautiva Aira invierte irónicamente los tópicos fundacionales de la narrativa argentina, desplaza los atributos de la civilización y la barbarie. Si para Sarmiento uno de los rasgos negativos que caracterizaban al indio era el ocio, este rasgo está presente de manera privilegiada en los salvajes de Aira, pero se ha transformado en virtud. La ociosidad indígena está ligada al arte y a la filosofía. A su vez, Ema, definida como “cautiva” desde el título, tiene rasgos físicos ambiguos, propios del mestizaje, lejos de la imagen nívea cristalizada por Della Valle en La vuelta del malón. En esa fábula de origen comienza a perfilarse, como señala la investigadora Sandra Contreras, una poética del arte como pura acción y un proyecto desmesurado: el de operar un cambio completo en la percepción estética de la literatura argentina. Publicada en plena dictadura, contemporáneamente a Respiración artificial de Ricardo Piglia y Nadie nada nunca de Juan José Saer, que aluden elípticamente a la violencia de Estado, su ética de la indiferencia vino a trastocar los protocolos de lectura vigentes. Muchos leyeron en esa proclamada frivolidad un rasgo posmoderno asociado al menemismo. Desde allí, la obra de Aira no dejó de producir admiración o rechazo.

En entrevistas, en ensayos críticos, pero también en sus novelas, César Aira enunció muchos de sus procedimientos. “Uno de mis leitmotivs es que las intenciones siempre salen al revés. La literatura es más bien una máquina de invertir o desviar las intenciones”, decía en una entrevista con Graciela Speranza, diluyendo la idea de proyecto literario o plan previo detrás de la escritura. Sobre su negativa a corregir su narraciones: “Corrigiendo se esterilizan esos movimientos ondulatorios de la ficción, que es lo más aventurero que tiene la novela. Ese mecanismo es lo que se llama exactamente la ‘huida hacia adelante’. Seguís, inventás algo más, le das ese gran movimiento, ese impulso que puede llegar a tener la novela”, se lee en otra entrevista, con el periodista Daniel Molina. Y en otra formulación de la “huida hacia adelante”, procedimiento privilegiado, que produce el continuo de su literatura: “De lo que se escribió un día hay que reivindicarse al siguiente, no volviendo atrás a corregir (es inútil) sino avanzando, dándole sentido a lo que no lo tenía a fuerza de avanzar”, precisa en Cumpleaños.

La novela aparece como el género apto para la invención y la libertad, su extensión indeterminada le permite avanzar y corregirse a sí mismo con una nueva invención. Pero en ella descubre el problema de la invención de los rasgos circunstanciales: los datos precisos del lugar, la hora, los personajes, la ropa, la puesta en escena. “Empezó a parecerme ridículo, infantil, ese detallismo de la fantasía”, escribe, también en Cumpleaños. Entonces propone que, tomados esos rasgos como ready mades, son más aceptables.

En la literatura de Aira hay textos con abundancia de rasgos circunstanciales y otros en los que estos se adelgazan hasta el mínimo, como en un ejercicio de abstracción. Los fantasmas, con su edificio en construcción –reverso de los viejos caserones de la novela gótica- y la familia de inmigrantes chilenos que lo habitan, los albañiles y su trabajo metódico, y los mismos fantasmas, burlones y polvorientos de cal, es rica en esa precisión de rasgos de un mundo y unos personajes peculiares, de sonrisa misteriosa. Lo mismo puede decirse de novelas como La liebre, Un episodio en la vida del pintor viajero o El sueño. Otras, como El gran misterio, la número 100, parecen vaciadas de todo lo que rodea a un argumento: el protagonista es un científico y el tema es la creación, ciencia y literatura se tocan o se trocan. El vacío de la trama es también el vacío de las bibliotecas, que proliferan, carentes de libros; el azar es la causa del gran descubrimiento, el genio es melancólico y arbitrario, en la convicción de que todo está ya hecho; de allí a la literatura hay solo un paso en esta fábula irónica que pone a funcionar los axiomas de Aira casi sin ese “relleno” con el que él dice completar la idea inicial de una ficción.

Invitados a un cumpleaños feliz, cada lector elegirá, de esa tómbola impredecible, genial y numerosa que son sus libros, aquel que más se ajuste a su mejor Aira.

Fuente consultada: Cuaderno de la BN

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