(Barrio de Flores) Hace ya muchos años que César Aira eligió Flores para vivir y escribir. Sin embargo, sus historias están también marcadas por su infancia en su ciudad natal, Coronel Pringles, donde el Honorable Concejo Deliberante lo nombró Ciudadano Ilustre en 2010. Entre los méritos destacan que el escritor mexicano Carlos Fuentes “ha vaticinado que será el Primer Nobel de Literatura argentino para el año 2020”. Convencer a los concejales fue sencillo. No así a Aira. Omar Berruel, amigo y vecino de César durante la infancia, reconoce que tuvo que realizar, junto Omar Abasolo (director del Instituto Cultural de Pringles), un trabajo de hormiga para persuadirlo: “Yo estoy en la Municipalidad y siempre quise traerlo, lograr un reconocimiento. Él no quería saber nada, hasta que por fin lo convencimos. Creo que lo hizo para darle el gusto a la mamá”, revela una nota de Ulises Cremonte.
La madre de César Aira se llama Isabel González, aunque aún conserva el apellido que recibió al casarse con Tomás y que hoy indefectiblemente remite más a su hijo que a su difunto marido: para los pringlenses es la madre de Aira, no la viuda de Aira. El título lo obtuvo al convertirse en la principal difusora vernácula del reconocimiento nacional, y sobre todo internacional, que alcanzó su hijo en los últimos quince años. Ella fue y es la encargada de hablar con los medios locales para informar sobre los distintos lugares del mundo donde Aira es solicitado para dar una conferencia. Isabel vive en un semipiso ubicado en uno de los pocos edificios altos de Pringles. Decorado sin estridencias, con muebles imprescindibles, el living-comedor del departamento se alimenta del sol de la siesta que ingresa por un ventanal de dos puertas. Allí recibió a Cremonte para la siguiente entrevista.
“Desde la silla de ruedas Isabel sonríe nerviosa, pero acepta con franca naturalidad los besos que la saludan. Hay que sentarse cerca, hablarle fuerte al oído”, comienza explicando el periodista.
-¿Cómo era César de chico?
-Era hermoso, ahí tienen fotos si quieren verlo… ¿no me digan que no era hermoso? Llamaba la atención de lo lindo que era… Además muy buen chico. Venía y decía: Mamá ahí está la Cura Preciosa. Había una tía de él, que era hermana de mi esposo, que se llamaba “Cura”, un nombre raro, ¿no? La Cura vivía en el campo y cuando venían él me decía: ‘Mamá vino la Cura Preciosa y el Lorenzo Viejo’. El Lorenzo era el marido de la Cura Preciosa. Le decía el Lorenzo Viejo porque tenía algunas canas. No era tan viejo Lorenzo, pero para él la Cura era Preciosa y el Lorenzo Viejo. Y también había una vecina muy bonita y él decía: ‘Mamá ahí salió la Dorita Linda’. Era de bueno. Y es bueno, muy bueno. Pese a estar viviendo en Buenos Aires me llama… por lo menos una vez por semana me llama. Incluso una vez me llamó desde Francia. Me dijo: ‘¡Hola Mamá!: te estoy llamando desde París’.
Su voz tiene cierta ambigüedad, pese a la cadencia acompasada hay intensidad en sus palabras. La intensidad que le confieren sus noventa años, el recuerdo de un hijo niño en otra década, en un lugar que parece otro, donde los epítetos abundan y las anécdotas también.
-¿Viene seguido a visitarla?
-Bastante seguido, cada dos meses, viene acá, a este departamento. Tiene su dormitorio. Le gusta estar mucho en su habitación, se trae algún libro para traducir, para leer, así que no charlamos tanto. Ahora hace mucho que no viene porque viaja demasiado y se cansa mucho. Encima tiene que viajar en micro. Como no tiene auto en Buenos Aires anda en bicicleta, sale todas las noches a dar una vuelta en bicicleta. Es un buen ejercicio, ¿no?…. ¿Les conté que hace poquito lo llamaron desde Florencia, desde Italia.
-No…
– Lo llamaron de Italia. Fue a Florencia y después a Roma y hasta estuvo en el Vaticano.
– ¿Viajó al exterior con él?
– No, no, con él no.
– Él no viajó mucho, ¿no?
– No, ahora sí porque lo invitan. Hace poco estuvo en Oceanía. Me contaba que le costó, fue muy feo el viaje, muchas horas, pero fue en avión. Le pagaron el boleto de avión.
– ¿Su hijo le hablaba sobre su deseo de ser escritor?
– Y no… él nunca dijo que quería ser escritor. Leía y leía. Mucho leía…
– ¿Desde cuándo? ¿En su infancia la lectura estuvo presente?
– Sí era muy lector. Por esa época los vendedores de libros pasaban casa por casa. Él me pedía que le comprara libros, libros de filosofía. Tenía 8 años y leía libros que eran para adultos. Uno de los que me vendió libros una vez me dijo: “No le deje leer estos libros, no son para chicos”.
– ¿De dónde le vino esa pasión por la lectura?
– De mí, yo era muy lectora. El libro que más me gustó fue Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë. Me gustó tanto que empecé a investigar sobre la vida de Emily Brontë. Cumbres Borrascosas la leí como diez veces, la tengo ahí en mi biblioteca y está media rota de tantas veces que la leí. ¡Qué novela más linda!
– ¿Y la pasión por la escritura?
– De mí, de mí. Siempre me gustó mucho escribir. En Matemática me sacaba 3 y en Castellano me sacaba 9, 10. A mí me gustaba Castellano, cada loco con su tema, ¿no? Yo escribía… incluso tuve mucho éxito con una revista que hice que se llamaba La Pringlense. Hasta me llamaron de Buenos Aires para hacerme una entrevista. También saqué un libro de relatos llamado El Pensamiento.
La Pringlense es la publicación de “cultura, humor, opinión y política” que dirigía Isabel. El primer número data del año 2004. Allí volcaba sus opiniones sobre los sucesos de Pringles, poemas y biografías de personajes de la cultura.El Pensamiento, además de ser el título de su libro de relatos, es la localidad del partido de General Pringles donde nació.
– César estudió en Buenos Aires, ¿no?
– Sí, se fue a los 18. Hizo un año de abogacía, porque el padre le ordenó que estudiara abogacía.
– Sólo un año…
– Sí, un año. Él me decía: Mamá a mí no me gusta. Y bueno hijo, anotate en Filosofía y Letras. Se puso ahí y ahí terminó. Así que tengo un hijo egresado de Filosofía y Letras. También tengo una hija que es Profesora en Ciencias de la Educación. En este momento mi hija está enferma, es una lástima, porque podría haber venido para la entrevista, pero está enferma no sé bien que tiene…
– Y un día su hijo apareció con una novela… ¿Cómo recuerda ese momento?
-No, no… primero hacían una revista con Arturito Carrera, su amigo de la secundaria. En la primaria mi hijo iba a la Escuela No 2 y Arturo a la Escuela No 1. Se conocieron en el secundario y enseguida se hicieron íntimos amigos. A Arturo le gusta más la poesía, es poeta. Arturo Carrera, al igual que Aira, nació en Pringles y es el otro escritor famoso que tiene la ciudad. Pero sus perfiles son antagónicos. Carrera coordina en la vieja estación una residencia para escritores extranjeros. Por esos días albergaba a un par de escritoras holandesas. No huye de la gente, es sociable o como a él le gusta decir: “yo no podría dedicarme solamente a escribir”.
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– ¿Cuál fue la primera novela de su hijo que leyó?
– La primera novela que hizo se llamaba “Ema, la cautiva” ¡Tuvo un éxito terrible! Se la pidieron para traducir de Alemania. Y lo mandaron a llamar, fue a Munich, y después fue a Essen, con dos eses, Essen, que es una ciudad muy linda de Alemania. Y después fue a otro lado de Alemania, fue a tres partes. Yo tengo algo de alemán. Mi papá era español y mi mamá era hija de alemanes. En Alemania la novela tuvo un éxito bárbaro, no me explico bien por qué pasó eso. “Ema” era muy, muy argentina… no tengo acá un ejemplar de la novela, nunca la pude conseguir…
– ¿No tiene Ema, la cautiva?
– No, no. La leí en su momento…
Este año se conocieron los contenidos de algunas de las tantas cartas que César Aira le enviara a Fogwill. En una de ella le agradece los comentarios sobre “Ema, la cautiva”. Un Aira joven y vulnerable acepta que necesitaba ese gesto, ya que consideraba que la novela era “fallida”. En otro pasaje le confiesa que ningún editor quiere publicarla y que él no tiene ni fuerza ni “cierta dosis de insistencia” para convencerlos. Aira antes de su repercusión, antes de ser traducido, antes del prestigio.
– ¿Isabel, le gusta como escribe su hijo?
– Sí, pero hay algunos libros que no los entiendo. Algunos libros no los entiendo nada.
Isabel no es la única en Pringles que reconoce no entender los libros de Aira. Su ciudad natal dice que lo admira, pero sin saber muy bien por qué. En esto su literatura se emparenta con lo que genera la arquitectura de la ciudad y, en especial, la plaza principal: al recorrerla, lejos de formarse un clásico cuadrado, se dibuja un sendero vacilante. Siempre es preferible un recorrido transversal. Ahora bien, no todos están dispuestos a hacerlo de ese modo.
– ¿Le ha comentado a su hijo que a algunas novelas no las entiende?
– Y sí… él se defiende diciéndome que “alguien debe entender mis libros porque siempre me llaman”. Y tiene razón. Ahora, hace poquito vino de Italia, primero estuvo en Florencia y luego en Roma. Él habla 9 idiomas…
– ¿Cuál de sus novelas le gusta más?
– Me gustó mucho Las Ovejas y algunas de las que escribió al principio. También me gustó esa que se llama Un viajero o algo por el estilo.
– ¿Un episodio en la vida del pintor viajero?
– Ajá, si, esa. Esa me gustó, esa la entendí. La entendí, pero hay algunas que no entiendo. Uno tiene sus gustos también, ¿no? Ahora me dijo que me iba a traer la última que escribió que se llama “El error”.
¿Quieren tomar un licorcito? Querida, serviles un licorcito… ¿Toman bebidas alcohólicas?… Querida trae unas copitas, no traigas copas muy grandes porque si no después no se van a poder ir.
– ¿Su hijo le manda las novelas que publica?
– Sí, sí me manda. Querida, serviles, serviles un poquito más, no seas amarreta…
Ella se excusa de no tomar por una molestia en la garganta.
– Hoy llamé a mi hijo varias veces pero no había nadie en la casa. Quería hablar con él porque al mediodía me avisó una amiga, que es profesora de francés, que en la radio le hicieron un reportaje.
– Era una grabación de una entrevista que le hicieron en el 2010…
-Ah… ¿entonces no era de hoy?
La entrevista, realizada por José María Martel, en FM Pringles, y al no conocerse demasiados archivos sonoros, es una pequeña joyita para los seguidores más devotos de Aira. La cadencia en su tono, el jadeo espacioso entre la pronunciación de cada palabra guarda un particular eco con la forma de hablar que tenía Jorge Luis Borges en sus últimas apariciones mediáticas.
Desde el punto de vista periodístico también tiene un valor superlativo: Martel trabajó en un negocio que tuvo el padre de Aira, lo que le permitió que el escritor fuera mucho más abierto en sus respuestas. Se lo puede escuchar a Aira reconocer que a su edad ya no le queda mucho camino por recorrer: “Hace diez años que no trabajo, estoy medio retirado, sigo escribiendo un poco por inercia. Es lo único que sé hacer, lo único que he hecho”. Durante la media hora que duró el reportaje habló de cómo veía a su ciudad: “Vengo dos o tres veces por año a hacer estas visitas al pueblo, a la mamá, nunca lo encuentro cambiado, Pringles es bastante conservador, ¿no?” Y también habló de sus viajes, de la familia, de la vida que lleva, de la vida que tuvo. Siempre con cierto dejo apocalíptico que lo lleva en un momento a decir que: “El ser humano hacia los seis años empieza su decadencia. Los niños me parecen obras de arte: el punto culminante de belleza, de gracia, es a los tres o cuatro años.” Fue su madre quien le insistió para que diera una entrevista al programa local más escuchado de la mañana.
– Acá en Pringles se comenta que usted, Isabel, fue y es la principal difusora de lo que hace su hijo…
– Y claro, ¿Cómo no lo voy a ser?… Tomá, tomá un poquito más de licor… te da vitamina…
-¿Con su hijo habla de política?
No, al él no le gusta mucho. Nunca le pregunté a quién votó. Yo esta vez lo voté a Binner.
– Esta mañana hablamos con un amigo de su hijo, Omar Berruet… ¿Qué relación tenía César con Omar?
Eran muy amigos, porque nosotros vivíamos en la calle Alvear, Omar era vecino, iban a la misma escuela, la Escuela No2. A la escuela vieja, porque ahora enfrente hicieron la escuela nueva. Y, todo cambia en la vida… Lo conoció a los 8 años. Le dedicó un libro a Omar.
Mi hijo hizo más de 90 libros y entre esos libros hizo uno que se llama El Infinito, que cuenta un juego que hacían con Omar. Omar Berruet sigue viviendo en Coronel Pringles. Inmediatamente muestra una gran predisposición para hablar de su amigo. Fue Isabel quien un día lo llamó y le dijo que tenía un libro para él.
“El Infinito habla de mí, de mi familia, de un juego que teníamos con César cuando éramos chicos, que yo me había olvidado, sinceramente. Se cuenta el juego, en qué consistía, su personalidad, la mía. Después me enteré que aparezco en otros libros más, en “La costurera y el viento” por ejemplo. Yo pensé que era esa sola referencia, pero la amistad, los juegos parece que le han quedado. La verdad que es una satisfacción estar dentro de un libro de César Aira. Leerme en una novela de él fue emocionante. Habla del juego, de mi madre, del camión de mi viejo donde nos sentábamos a pasar la tarde. Yo aprendí mucho con César, otros juegos, lecturas. Él leía mucho. Íbamos a una pileta acá en Pringles, pero sobre todo con él leía. Después ya no nos vimos tanto, yo empecé a trabajar de muy chico a los 13, 14 años de cadete en la Sociedad Rural y ahí, si bien seguíamos siendo vecinos, ya no estábamos tanto tiempo juntos. Cuando se fue a los 18 estuvo mucho tiempo sin venir a Pringles. Ahora está viniendo más seguido, parece que la edad lo ha sensibilizado, los orígenes tiran. Por ejemplo, cuando lo declaramos Ciudadano Ilustre él me dijo: “Se ve que estamos viejos, yo antes a estas cosas no le daba mucha importancia y ahora las siento de otra manera…
– ¿Se ablandó?
– ¡Sí!, se ablandó un poco. Yo siempre respeté su forma de ser. Ahora lo veo un poco más suelto. Nosotros, los compañeros de la escuela, del barrio nos solíamos juntar una vez al año a cenar, siempre lo invitaba y nunca quería venir. Pero la última vez me dijo: “Che, si siguen haciendo la cena avísame porque la próxima vez quiero estar”. Debe ser la edad que lo ablandó. Pero siempre nos llevamos muy bien. Si la ves a Isabel preguntale por el día que casi nos meten en cana. Cada vez que nos cruzamos me repite la misma anécdota…
Al principio Isabel dice no recordar la anécdota, pero ante la insistencia, y ayudada con un par de detalles, el relato por fin aparece:
– Ah, sí, sí, ya me acuerdo… ellos no me acuerdo bien qué hicieron, creo que había una nenita sentada y ellos le dijeron: “Ay, nena, sacate los mocos de la cara”, porque era chiquita la nena, pobre, y tenía mocos. Entonces ella entró corriendo a la casa de la madre. La madre salió enfurecida y estos se fueron corriendo y se metieron en un jardín de otra señora que cuando los vio armó un escándalo terrible. Tuve que ir yo, porque la señora quería llamar a la policía, les quería pegar a los chicos, pero por suerte la convencí de que no hiciera nada. Mi hijo después debe haber contado eso en alguno de sus libros…
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– ¿Habló de usted en alguna novela?
-No sé, porque yo no las leí a todas. Supongo que debe haber escrito algo sobre mí, pero no me acuerdo ahora. ¿Les dije que tiene una novela traducida al griego? Está ahí en la biblioteca, es un libro rojo.
Aira escribió sobre la madre en distintas novelas. La madre puede no ser su madre. O quizás sí. Al comienzo de La costurera y el viento se lee: “Mi madre me daba la espalda frente a la mesa, mirando la ventana. No trabajaba, no hacía la comida ni manipulaba cosas, lo que era rarísimo en un ama de casa clásica que siempre estaba haciendo algo, pero su inmovilidad estaba llena de impaciencia. Lo supe porque yo tenía una comunicación telepática con ella. Y ella conmigo”.
– Está orgullosa de su hijo, ¿no?
– Y sí, cómo no voy a estarlo…
– Bueno eso es todo, creo…
¿Qué apuro tienen?… ¿vieron las fotos?: mi preferida es esa que está vestido de gauchito con una guitarrita en la mano…
– ¿Qué edad tenía?
– Cinco, seis quizás…
En la fotografía nos muestra a un pequeño César con una sonrisa de oreja a oreja. Es un chico disfrazado de adulto, comenzando, según sus propias palabras, la decadencia humana. A un costado hay otra foto que acompaña una nota publicada en un diario: tiene cuarenta años y anteojos de escritor.
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