Buenos Aires, 07/09/2024, edición Nº 5117
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Vecinos de los barrios del Bajo Flores colocaron rejas hasta en los pasillos por la inseguridad

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(Barrio de Flores) La inseguridad deja tantas huellas que hoy ya pasan desapercibidas. Las rejas en edificios y casas, los carteles de alarmas, las garitas en las esquinas y las distintas fuerzas de seguridad en patrulleros, motos, cuatriciclos y bicicletas ya forman parte del paisaje de la Capital. Lo curioso es que, en los últimos tiempos, las medidas de seguridad también llegaron a algunas villas: los vecinos se reunieron, juntaron dinero y colocaron rejas hasta en los pasillos, para que solo puedan ingresar, con llave, los que viven en la cuadra.

En los barrios del Bajo Flores hay pasillos enrejados por todos lados: en la villa 1–11–14 y en los barrios Illia, Rivadavia 1 y Juan XXIII. Se los ve entre las casillas y los monoblocks. En el Illia, cada cuatro edificios hay un playón: en varios de ellos los vecinos colocaron rejas en las entradas, para que ningún desconocido pueda estacionar.

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“A veces venían con autos robados y los quemaban al lado de los nuestros y se nos incendiaban”, le cuenta a Clarín una de las tantas vecinas y vecinos que pusieron 800 pesos para vivir más seguros. Además de esas rejas, también colocaron lomos de burro. Al contrario de lo que se podría creer (que las encargaron los narcos para demorar a la Policía), el motivo que hizo que los vecinos vuelvan a invertir en seguridad fue la alta velocidad de los autos robados que entran al barrio. “Es que en un lugar así los nenes se la pasan jugando, cruzan las calles solos y es un peligro. Da bronca tener que pagar por seguridad, pero no queda otra”, agrega otro vecino. En los departamentos que “permiten” su ingreso, las rejas están en las cocheras individuales. Buscan evitar los robos de espejos, ruedas y autopartes.

A pocos metros de allí, el escenario cambia: ya es la villa 1-11-14. Son las ocho de la mañana de un día laboral y de los pasillos salen vecinos con sus bolsos de trabajo y adictos en busca de las casas de los narcos. El primer pasillo enrejado que se ve es angosto. Por allí apenas podría pasar una moto. Para adentro, se ve un patio y casillas a su alrededor. “Esto se hizo más que nada por los chicos”, advierte uno de los vecinos. “Acá no podían jugar tranquilos: era común que entraran a los tiros, corriéndose entre bandas”. Otra razón son los adictos que viven en otros lugares pero se instalan a consumir en la villa durante días, semanas o incluso meses. “A nadie le gusta tener gente que se droga en la puerta de su casa. Esta es la única solución que encontramos para vivir un poco mejor”, dice la misma fuente. NR

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