Escribe Federico José Caeiro, especialista en medio ambiente y energías renovables
(Barrio de Flores) El espacio público es articulador primario de las relaciones humanas, testimonio de los intereses comunitarios y reflejo de los vicios de las personas. Por eso resulta fácil advertir en él los rasgos de descomposición de una sociedad.
En un artículo titulado “Espacio público, tierra de nadie”, publicado diez años atrás, señalaba que el espacio público porteño se había transformado en lo que los ingleses llaman no man’s land, un sitio sobre el cual todos reclamaban derechos, pero ninguno asumía responsabilidades. Hoy ha dejado de ser tierra de nadie y es propiedad de diversos grupos que, contra las leyes -y, en consecuencia, contra la sociedad y sus instituciones, pretenden hacer valer sus propios reclamos o prácticas por la fuerza.
Buenos Aires es una “casa tomada”, como la del cuento de Cortázar. Los porteños, con resignación, hemos ido abandonando partes de la ciudad, que han sido tomada por “trapitos”, manteros, piqueteros o revolvedores de basura que dejan un tendal a su paso. El murmullo externo se ha convertido en ruidos cada vez más audibles. En vez de enfrentar este conflicto, ¿nos seguiremos replegando cada vez más hasta finalmente abandonarla?
Todos ellos se han convertido en parte del paisaje urbano y constituyen la cara visible del fracaso de sucesivas políticas públicas implementadas para permitir el progreso de quienes menos tienen. Soluciones que no dependen exclusivamente del gobierno local.
Si bien todos quienes actuamos en el espacio público somos responsables,al Estado le cabe la responsabilidad de evitar las consecuencias de la ocupación abusiva y desordenada, de contribuir a un uso adecuado del espacio común, de jerarquizar, revitalizar y democratizar el espacio urbano público y, principalmente, de lograr la apropiación sana de este espacio por parte de todos.
Haciendo analogía con el mundo de la computación, el gobierno actual ha mostrado su enorme vocación por el hardware (obras, muy necesarias algunas, discutibles otras). Ahora debe mostrar su capacidad para el software. Claro que resolver aspectos humanos es mucho más complejo.
Distintos gobiernos han preferido limitarse a fomentar el laissez faire en lugar de hacer lo que debían y pagar el “costo político”. Se requieren tiempo, mano firme y sensibilidad social al mismo tiempo. Si bien para algunos impacientes esto puede aparecer como una señal de debilidad, resolver estas cuestiones no es fácil. Una inexplicable tolerancia que duró años, una crisis económica real, necesidades básicas insatisfechas, poco apego a la ley de algunos, pocas ganas de hacer cumplir la ley de otros, cadenas de complicidades y otras cuestiones muestran un entramado que no se desenmaraña de un día para otro.
En cualquier sociedad civilizada tanto el control como la sanción están para la excepción. Pero aquí, el abuso sobre el espacio público no es la excepción, sino la constante. El gobierno de la ciudad debe quitarse el temor a que lo tilden de autoritario y ponerse firme en estas cuestiones. Vivir en una comunidad organizada, gestar una nueva institucionalidad, apostar a una convivencia cívica más ordenada donde todos cumplan las normas no es de derecha ni de izquierda, sino una necesidad.
El cumplimiento de la ley debe ser una política de Estado. Alguna vez debemos decidir si sólo tenemos leyes o sí además queremos que también nos rijan. NR
Fuente: La Nación