Caminando por el barrio de Flores pueden apreciarse gran cantidad de galerías que exhiben un paisaje desolado. En la mayoría pueden verse locales vacíos, en alquiler, pasillos sin gente y “arbolitos”. Este fenómeno no sucede solo en los barrios sino que se extiende incluso a otros espacios de la Ciudad.
(Barrio de Flores) Aunque ea difícil de creer para los más jóvenes, las galerías porteñas tuvieron su momento de esplendor. Fue entre las décadas de los 60 y 80, cuando la gente se arreglaba para ir a recorrer los exclusivos locales que se encontraban en algunas de ellas. Mientras que otras se trataban de “centros culturales“, a los que figuras como Jorge Luis Borges iban a firmar sus libros o a tomar un café, o músicos como el Indio Solari o Federico Moura visitaban para comprar discos. También, fue en las galerías donde se instalaron algunos de los boliches más concurridos por los jóvenes de aquella época, como el de Roberto Galán, que brilló en la galería Larreta, en Florida 971.
Pero todo esto entró en “decadencia” hace algunos años, a fines de los 80, y la mayoría de los comerciantes consideran que eso tuvo que ver con la irrupción de los shoppings, donde ofrecen algunos servicios y comodidades superadoras, como estacionamiento, aire acondicionado o cines.
Hoy, los comerciantes que desde hace años tienen sus locales en las galerías afirman que es otro el perfil que subsiste allí. Para muchos, son visitadas por clientes con poder adquisitivo mucho menor, y, a su vez, los locales son de menor categoría o de servicios que antes no se ofrecían allí.
Ventiladores de techo, pasillos oscuros y diseños bastante pasados de moda son una constante en casi todas las galerías. Y allí también abundan los locales vacíos o que se usan como depósito. “La gente no entra porque no hay nada llamativo“, opina Carmela Burgio, quien desde 1981 atiende su local de productos naturales en la Galería del Este, en Florida 944. Según opina, cuando comenzaron a instalarse los locales de antigüedades -que hoy son la mayoría- “se vino abajo“. Y esto queda reflejado al ver el local vacío de la emblemática librería La Ciudad, donde Borges solía ir a firmar sus libros.
“Hasta los 80 esto era un mundo de gente, era lo que hoy es un shopping“, recuerda Mario Solarz, desde el mostrador de Stra’s Regalería, que está en la galería Santa Fe, Av. Santa Fe 1600, hace 60 años. Y no sólo recuerda que los locales eran de mejor categoría, sino que también la gente se paseaba de “punta en blanco” entre los pasillos. Hoy, relata Solarz, algunos de sus clientes son aquellos nostálgicos que recuerdan haber paseado por allí junto a sus padres, cuando eran chicos, y que hoy vuelven por su cuenta, para revivir aquella etapa.
Pese al abandono que se ve en estas galerías, hay comerciantes que siguen allí, hace décadas. Algunos, porque no tienen otra opción, mientras que otros encontraron una alternativa más segura y económica para instalarse. Y es que según los propios comerciantes, tener un local a la calle les puede salir 10 veces más caro -o incluso más-. Por supuesto que tiene algunas desventajas: no tienen baño propio, sino uno compartido; son locales pequeños; deben adaptarse a los horarios en que abren y cierran la galería, y son mucho menos transitadas que la calle, aunque esto, en algunos casos, puede tener sus ventajas.
De hecho, en los últimos años, estos centros comerciales pasaron a ser la sede de los sex shops, justamente por la privacidad que buscan sus clientes; el refugio de los “arbolitos“, o de los locales que ofrecen servicios de computación, tapicería, reparación de control remoto, agencias de turismo o centros de copiado, en los que tener una vidriera “no les va ni les viene“, como explica Leonardo Iriani, que tiene su cerrajería en la galería Florida Center desde hace 20 años.
O bien, como el caso de Adolfo Martínez, que también hace dos décadas vende armas antiguas en la galería Larreta. Martínez no sólo destaca la ventaja de que el alquiler allí sea mucho más económico que un local a la calle, sino que los cascos, armaduras y espadas que exhibe atraerían a curiosos, que seguramente no le comprarían nada, mientras que él ya tiene una clientela fija: los coleccionistas, que ya saben dónde encontrarlo.
No estar a la calle tiene sus desafíos: hay que ganarse la fidelidad de los clientes, imprimir volantes, publicar en las páginas amarillas o en la Web, y depender del boca en boca. Pese a esto, son muchos los que siguen eligiendo las galerías.
Fuente: La Nación