Buenos Aires, 09/11/2024, edición Nº 5180
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El legado Enrique Samar, el maestro de la educación insumisa

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* Escribe Por Hebe Roux

(Barrio de Flores) Una sonrisa asoma entre insumisión y ternura. Unos ojos saltean la visión desesperanzada sobre la potencia de la gramática escolar, y en cambio miran su paisaje confiándole, convencidos de su fuerza para tejer rituales imprescindibles: juntar, jugar, decir.

Una mirada hace escuela con la alegría sobreponiéndose a cada embate saqueador de sentido o de presupuesto, y no es resiliencia, mucho menos ingenuidad. Es una pedagogía que persevera por debajo de cualquier colorete innovador, una pedagogía de certidumbres que resiste la pobreza discursiva de la utopía tecnológica y el mundo por venir.

Enrique Samar es el quién de todo eso, y es preciso decirlo con algunos hechos. Hechos que las pruebas estandarizadas se niegan a medir con su espástica rúbrica, y que los medios de comunicación hegemónicos ocultan para edificar una representación conceptual de escuela pública pauperizada por la sindicalización de la docencia, y la desactualización de sus currículos y prácticas.

Desde el patio de la Escuela 23 del distrito escolar 11 en el barrio de Flores (Flores sur, como él gustaba decir), Enrique pergeñaba urdimbres entre la escuela, la biblioteca popular de la otra cuadra, el club social de enfrente, Bernabé Díaz –un artesano de la comunidad de Campo Durán en Salta que enseñaba a pensar las máscaras chané–, la murga Los inevitables de Flores, el ajedrez, los sikus y las lenguas originarias. En su trama todxs teníamos un lugar desde el que ovillar o enredar, sabiendo que el destino de semejante tejido no podría ser otro que el reconocimiento y la construcción de identidades diversas de nuestrxs alumnxs, garantizando el derecho de cada niña, de cada niño, a aprender y gozar de las cultura s en su riqueza poética, estética, científica.

Entre 1997 y 2012 Enrique dirigió la escuela sin escatimar sueños, y sin dejar de convocarnos a cumplirlos en concreciones cotidianas y sostenidas. Nuestrxs alumnxs contaron con propuestas de enseñanza cimentadas en la educación intercultural y en la paridad de jerarquía entre los lenguajes y disciplinas que integran el currículum. Quienes hablaban una voz susurrada, quienes hablaban sus intereses vociferando, quienes habían llegado ayer o hacía mucho a nuestro país, quienes habían nacido en el barrio, quienes ansiaban el recreo para desplegar agudas estrategias en un tablero o en un metegol, quienes preferían deambular por el taller de plástica o la biblioteca para jugarse en la literatura o en los dibujos que los dedos pudieran hincarle a la arena, todxs, absolutamente todxs, podían encontrar y encontrarse en “la 23”.

Así, Enrique Samar como director, y quienes fuimos docentes de la entrañable Escuela 23, construíamos cotidianamente un espacio antagónico a la meritocracia y la normalización. Nuestro director asumía que la escuela debía ser una experiencia desafiante en términos de encuentro, sin pretensión ingenua ni de una falsa igualación que sólo supondría erigir un modelo hegemónico en la construcción de subjetividad. Para llevar adelante esa concepción, debió poner el cuerpo en convocatorias y actividades dentro y fuera de la escuela, debió contagiar con su propio hacer el deseo de quien se hallara subsumidx en la burocracia que el propio sistema educativo tantas veces solicita, debió traccionar la creación de sentidos locales y propios por sobre enunciados exitistas que pretenden eternizar las desigualdades sociales.

Navegamos aguas inquietas y turbias en materia de política educativa. Nos sobran los motivos para desconfiar de cada reforma o proyecto que se impulsa desde el gobierno, toda vez que desde allí mismo nacen comentarios y medidas que desacreditan la formación docente, desdeñan los saberes de referentes indiscutibles que son lxs maestrxs y directorxs que hacen escuela día a día. Las aulas inclusivas que el Ministerio de Educación de CABA ha instalado como consigna de bandera son un desafío constante y creciente sólo para las escuelas públicas; sin embargo, las pruebas PISA ni ninguna otra presentan indicadores para evaluar los logros en este sentido. ¿Qué clase de mundo tendríamos si no existiera una escuela que sueña y enseña a soñar? ¿Cuántxs quedarían fuera del mundo si no existiera una escuela que desplegara propuestas para aprender a leer, a mirar, a audiover, a calcular, a estimar, a pensar, a mover, a remover y a conmover? ¿Qué mundo tendrían lxs que abogan por el sacrificio y la salvación individuales si un montón de quienes no pudieran pensar, simbolizar, producir?

Navegamos aguas en las que abunda el manotazo para alcanzar a la opinión pública con anuncios rimbombantes, y en las que casi nunca existe una necesaria desaceleración de cambios a favor de la evaluación genuina, integral y contextuada de las potencias y necesidades de la escuela para aportar a saldar una brecha cultural que tiene como primordial responsable a la política económica.

Nuestra modesta remada en dirección contraria es hablar mucho de Enrique, es convidar a lxs lectorxs de estas líneas a comentar con otrxs, que el pasado 27 de febrero falleció un director, un Maestro de maestrxs, que se llamaba Enrique Samar, y que su labor fue tan generosa, que ya tiene decenas de maestrxs y estudiantes de profesorado siguiendo su pedagogía. Una pedagogía insumisa, una pedagogía que se rebela contra las fórmulas exitistas porque sabe que son pura trampa, una pedagogía que apuesta a ensanchar el mundo para todo el mundo, pero, siempre, y sobre todo, para lxs que históricamente y en el presente reciben el horizonte más angosto. Una pedagogía decolonial.

* Maestra e integrante del equipo de Flores Sur.

Fuente consultada: Pagina12

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