Buenos Aires, 14/11/2024, edición Nº 5185
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La Buenos Aires de Arlt en el diario Crítica

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Como redactor policial de Crítica, uno de los diarios pioneros en el amarillismo y los casos sangrientos, el gran escritor argentino retrató la trama urbana y el mundo del crimen de finales de los años veinte.

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(Barrio de Flores) l4 de abril de 1928, una mujer llamó al diario Crítica para avisar que iba a matarse. El teléfono lo había atendido un ordenanza, quien de inmediato le pasó el tubo a uno de los pocos redactores policiales que esa mañana se encontraban en la redacción. “Cuál no sería su asombro al escuchar que la desconocida lo citaba con un fotógrafo para que la retrataran muerta”, escribiría más tarde el periodista, en tercera persona, en la crónica publicada el día después. La presunta suicida era María Augusta Montecucchi, italiana, de 30 años. El reportero era Roberto Arlt.

La historia del caso y el relato del hecho son parte de El facineroso (Del Nuevo Extremo), libro de reciente aparición que recoge algunas de las crónicas que Arlt escribió durante su breve paso por el diario que regenteaba el legendario Natalio Botana. Arlt se incorporó a Crítica en febrero de 1927; seis meses antes había aparecido su primera novela, El juguete rabioso, y en agosto de 1928 se sumaría a El Mundo, en cuyas páginas publicaría la serie de “Aguafuertes porteñas” hasta la víspera de su muerte, en 1942.

Cuando ingresó en Crítica, su experiencia como reportero era nula. Pero eso no le importó a Botana, quien vio en él a alguien capaz de narrar los hechos criminales de manera que los lectores (categoría que incluía a asesinos, ladrones y soplones) sintieran que el diario era el principal interlocutor de la sociedad. La proximidad con el público representaba la mayor estrategia editorial de Botana, quien reclutaba a escritores de renombre para desarrollarla hasta su máxima expresión. En el caso de Arlt, le confió el retrato de los bajos fondos porteños porque la atmósfera del crimen recorre El juguete rabioso de principio a fin.

Mientras aprendía el oficio de reportero policial, Arlt escribía Los siete locos en el solitario horario nocturno de la redacción, ubicada en el edificio de Avenida de Mayo 1333, o bajo la gris soledad de su cuarto, en la pensión de Pueyrredón 466. Tal como sugiere Álvaro Abós en su extraordinario prólogo a El facineroso, el mundo del crimen se encontraba en pleno proceso de cambio cuando Arlt se sumergió en él. En octubre de 1927, el robo al Hospital Rawson inauguró la era del gansterismo argentino. Las conspiraciones, la mala vida y la aspiración de modernidad se cruzaban en la trama urbana, y el gran escritor argentino expondría como nadie ese cruce en su inmortal Los siete locos.

Por eso, cuando el teléfono del diario sonó a las 8.30 del 4 de abril de 1928, la voz de María Augusta Montecucchi encontró, sin proponérselo, a quien mejor podía entenderla. Detrás de cada hecho de violencia, por más insólito o novedoso que pueda resultar, hay una historia humana que vale la pena tratar de comprender. Pero, por más éxito que tuviera Botana en su apuesta de identificación de los lectores con Crítica, ¿cómo era posible que una lectora llamara al diario para avisar que iba a matarse?

Arlt no tuvo tiempo de responderse esa pregunta. Llegó a la pensión de Uruguay 694 y golpeó la puerta del cuarto que habitaba Montecucchi. Del otro lado no había ningún ruido y nadie contestaba. Cuando finalmente la puerta se abrió, la voz ronca y triste de la mujer lo sorprendió menos que el cañón de la pistola, que le apuntaba al corazón. “Pase a mi dormitorio, me voy a matar”, le dijo la suicida. “Dado lo extraordinario del desarrollo de la aventura, ofrecemos esta crónica ilustrada a nuestros lectores, que no dudamos se darán cuenta que el oficio de periodista no es de rosas”, señala el copete que presenta el texto.

El ambiente de ese cuarto se reproduce en la pensión de la calle Uruguay en la que malvive el personaje Barsut, de Los siete locos. Hoy, en ese predio, al lado de Tribunales, hay un edificio de oficinas y estudios contables. Pero que la pensión haya desaparecido no parece prueba suficiente para demostrar que el espíritu de Buenos Aires ha cambiado.

“Esta ciudad tiene materiales vivientes para confeccionar todo género de locuras -escribe Arlt-. La gente vive tan frenéticamente que, aunque ciertas cosas parezcan absurdas, se terminan por admitir en razón de otras que lo son aún más.” Son palabras escritas en 1928. Ojalá cualquier parecido con la realidad sea sólo obra de la mejor literatura.

Fuente consultada: La Nación

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