Buenos Aires, 07/09/2024, edición Nº 5117
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Aira

César Aira, el enigmático escritor de Flores que alcanzó el centenar de libros publicados

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(Barrio de Flores) Nació en Pringles (provincia de Buenos Aires) en 1949 y es vecino de Flores desde que tiene 18 años. Esos son dos de los escenarios más recurrentes de su extensa obra, que acaba de llegar al libro número 100 con El gran misterio, una novela breve que editó en marzo Blatt & Ríos. Poco antes, había aparecido Evasión y otros ensayos, por el sello Random House. El autor fue finalista en 2015 de uno de los premios literarios más prestigiosos del mundo, el Man Booker International. Sus cuentos, ensayos y novelas fueron traducidos a 30 idiomas y él, a su vez, en sus inicios fue traductor, entre otros best sellers, de Stephen King.

A César Aira se lo podría narrar así, a través de paradojas. La excentricidad de su escritura, mezclada con su erudición, durante mucho tiempo partió aguas entre fans y detractores. “Es un genio”, “es un frívolo”, son las dos puntas del Boca-River literario que provoca. De culto más que famoso, igual se instala como indiscutible dentro del panorama literario.

Sus historias no tienen género, pero podrían ser, como alguna vez dijo, de “realismo delirante” o “cuentos de hadas dadaístas”. Aunque eso es apenas la punta del iceberg. Aira también piensa y analiza la literatura, es experto en Copi y Alejandra Pizarnik, transita el realismo, la lírica, la sencillez, lo concreto, lo fantástico. Patti Smith, que reseñó para The New York Times la colección de relatos El cerebro musical (2005), publicada en inglés como The Musical Brain (2015), dijo que Aira tiene una “mente improvisadora” y un “ojo cubista que ve las cosas desde muchos ángulos al mismo tiempo”. La cantante y poeta es fan del autor desde mucho antes, y en su blog contó alguna vez que llegó a sus libros después de haber leído a Bolaño.

Lejos de todo, literalmente, ya que casi no da entrevistas, no escribe contratapas, no presenta libros, no merodea el ambiente, Aira solo se dedica a escribir. “Me gusta su manera de no pertenecer al mundito literario. No es una pose, le creo de verdad. Que le dé la espalda a toda la parafernalia de actividades que los escritores hacemos de manera gratuita, invirtiendo tiempo a cambio de casi nada, un poco de publicidad, me inspira mucho respeto”, dice la escritora Selva Almada, que agrega: “También lo envidio por vivir con Liliana Ponce, una de nuestras poetas más exquisitas”.

Para muchos es el autor argentino más importante de su generación. A la vez, aunque cada vez menos, sigue siendo, de algún modo, una suerte de problema para el canon.

Tanto Aira, como su obra, transitan la contradicción de ser tan reconocidos como ninguneados. “Probablemente el efecto de descolocación que Aira produjo y no deja de producir genera que se lo compare con Borges para expresar entusiasmo o se lo dictamine ‘frívolo’ para expresar condena. Para mí, no es ninguna de las dos cosas. A veces se lo lee mal, superficialmente. Son rasgos de esas lecturas, no de sus textos. Considero que escribe extraordinariamente bien y me interesa, en particular, el modo en que sus novelas enlazan narración con teorización”, dice el novelista Martín Kohan, que además lleva años leyéndolo y escribiendo sobre sus libros.

Sobre fines del año pasado, una nota en un diario argentino contaba que los diputados porteños estaban intentando contactar sin suerte a César Aira para declararlo personalidad destacada de la cultura. Y él no los atendía. Además de ser graciosa, la información es certera. “No contesta los mails. Si lo llaman por teléfono, no atiende. Si le tocan el timbre, no abre. En medio de tantos pavoneos, jactancias y ostentaciones, ésta sí es una personalidad que se destaca”, lo defendió entonces Kohan y sugirió que si lo que quieren no es premiar la obra, si no su personalidad, es esa: el autor a galardonar es “tímido, retraído, reticente, esquivo”.

Gabriela Cabezón Cámara, que en su obra transita el feminismo, la tradición gauchesca y cierta actitud rocker, dice: “Tal vez sea uno de los más lúdicos de nuestros escritores y eso es una maravilla. Hay una dimensión de juego en lo literario que él pone de relieve todo el tiempo, en primer plano, y eso es encantador. Después tiene una parte de relectura de la tradición argentina, que es fascinante. Aira es uno de esos escritores que hacen escuela”.

Según Damián Ríos, editor de su última novela, la del número redondo, Aira es “un autor de una obra plena de imaginación y felicidad literaria. Su único compromiso es con la literatura, nunca la literatura le sirve como un medio sino que es un fin en sí misma. Publica en pequeñas, medianas y grandes editoriales, pero a cada una le da un texto que calza perfecto en su catálogo”.

Una de las razones por las que publica muchas veces en editoriales chicas, según dijo en varias entrevistas, es porque admiten formatos menores a las 200 o 300 páginas que exige el mercado, y él suele escribir breve.

Ricardo Strafacce, escritor que este verano dio un curso de introducción a la obra de Aira en el MALBA y es autor de César Aira, un catálogo, que reúne su bibliografía y va a salir este mes por Mansalva, supone que otro motivo “radica en el gusto por ‘lo menor’” y cuenta: “También porque invariablemente apoya a las editoriales independientes, nunca quiere cobrarles derechos”.

Su producción infatigable le generó detractores. Aira mismo desdeñó a sagrados. Se paró en la vereda de enfrente de Ricardo Piglia y renegó de legados que podrían haberle sido tácitos, como el de Julio Cortázar.

Sobre el hecho de que los que lo siguen y los que lo discuten sean en muchos casos varones, Cabezón Cámara analiza: “No me parece que sea un fenómeno que circunscriba solamente a Aira. Pasó con todos los escritores importantes. Borges peleándole a Lugones. Lamborghini peleándole a Borges. Aira mismo peleándole a todos”.

Un halo de misterio, a veces acompañado de admiración y en otros casos de envidia o desdén, cae una y otra vez sobre su figura y su obra. Y aunque lo que Aira intenta es tal vez lo contrario, no deja de llamar la atención. Así es como se hace mito y destaca en un mar de nombres y plumas (valga la polisemia). NR

Fuente consultada: Clarín

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