(Barrio de Flores) Una espiral inflacionaria llegó a las novelas de César Aira y se llama coleccionismo. En 2016 un amigo me encareció le consiguiera el Diccionario de autores latinoamericanos. El verbo no es ocioso. Encontré un único ejemplar a 1000 pesos. Hace pocos días quise regalar otro; ya cuesta $3000. Hace diez años, me recuerdan , se había saldado a 14 pesos junto con la poesía completa de Joaquín Gianuzzi y Néstor Perlongher. Aunque el libro se reeditará en breve -quizá por eso el precio se ha triplicado-, me gusta pensar que la primera edición seguirá escalando más y más, impulsada por quienes buscan, además de leerlo, pesquisar la contingencia, el momento histórico de cuando fue publicado. Al mismo tiempo, como nadie estaría dispuesto a pagar por algo que sabe sufrirá una devaluación brusca mañana -y la mejor literatura tampoco está libre de esos vaivenes-, la compra de estos ejemplares finalmente proclama la sacralización del autor: es una apuesta por fuera de la Historia.
Más delirante todavía, pero consustancial a las pruebas lúdicas sobre el “valor” en el literatura que a él le gusta ejecutar: El juego de los mundos, de Editorial El broche (!); un solo ejemplar a 15 mil pesos. Desde la muy buena librería “La lengua absuelta“, de Belgrano, lo definen como “uno de los santos griales airianos”, y aseguran que ya han vendido otros dos. Es claro que estos precios no solo guardan relación con el coleccionismo local, sino que están motivados por las búsquedas habituales de las universidades estadounidenses; una novela inconseguible a mil dólares para ellos no llama tanto la atención. Pero lo que demuestran es que todavía las hay que despiertan tarde del “valor” de una literatura que fue tempranamente ungida en su centralidad en los años 90. Es inquietante el contraste de esta trepada de precios con la formidable crónica “Duchamp en México“, en la que el viajero César pasa una estadía en el D.F. buscando ejemplares de un libro que abunda hasta en la sopa pero a los precios más dispares. ¿Cuándo es que el valor se convierte en gasto?
A Aira le llega en plena potencia creativa lo que suele suceder después del centenario. El surgimiento de un coleccionismo “en vida” -y en un autor en plena reedición de buena parte de su obra, la cual por otra parte se encuentra pirateada en la red- es un fenómeno único y capcioso, que nos descubre libros convertidos en otra cosa, objetos lleno de aura, cargados de fetichismo. ¿No fue esa su apuesta temprana?: crear una biblioteca propia de novelas a la carta, conseguir una masa crítica de lectores procediendo por unidad, escribir una novela para cada lector. Todo lo cual empieza a llamar el fenómeno Aira por otro nombre, en su carácter de obra de arte.
La red es la única librería donde se puede conseguir toda su obra en lote, la cual, puedo informar a estas estas alturas, ha superado los cien títulos. Según mis números, 101, pero en rigor, no; eso es según se haga la cuenta… Entre el día de mayo en que empecé con esta idea y el momento de escribirla, otros dos libros acaban de aparecer, si bien nadie todavía, o casi nadie, los ha visto. Eterna juventud, en la chilena Hueders, y Salto al otro lado, 50 ejemplares numerados, en la casi secreta editorial Urania. Semejante producción nos pinta a un escritor sobrehumano, no ya de hoy sino del futuro, un ser que acepta “autoexplotarse”, como diría Jonathan Crary, picando relatos como la piedra, víctima del capitalismo tardío y la falta de sueño, acodado con sus cuadernos 24/7, en bares y locales de comida rápida de Flores. ¿Seguirá con el viejo método? Y llegamos así a los 103. Pero reitero, todo depende de cómo se haga la cuenta.
La Biblioteca Aira completa solo se consigue en una utópica Moreira & Cía, cuya marca homenajea el primer relato de nuestro autor. Los 101 libros a 230 mil pesos -incluyen, cómo no, las impresiones artesanales de Eloisa Cartonera. El ahorro en tiempo de búsqueda es algo a considerar. Algo me lleva a pensar que podría tratarse de la editorial Simurg, que publicó algunos libros de Aira. En las demás librerías, los precios varían también según el estado de los libros. Desafiante conseguir un Moreira (1975), abrirlo y que no se parta, lo cual volvería inútil la compra.
Aira apostó a un proyecto desde el principio con gesto olímpico; sin embargo, no todo pudo haber sido cálculo. Diría, mejor, que fue adaptando sus tácticas a medida que producían consecuencias, al calor del cambio de paradigma. Fue improvisando casi como si hubiera sido el inventor solitario de internet.
En los años 80, cuando era arduo para un autor joven conseguir editor y el mandato único aconsejaba reunir toda la obra bajo un solo sello, él publicaba en editoriales impensadas; 10 años más tarde, sus dos o tres libros por año habituales podían salir en simultáneo en distintas editoriales, o en breves series falsas, solo unificadas por el arte gráfico de la tapa. Es decir, ¡procedía como varios autores a la vez! En su ensayo Las vueltas de César Aira, la crítica Sandra Contreras, una de las fundadoras del sello Beatriz Viterbo, que publicaría algunas de sus nouvelles clásicas, reflexionaba que Aira se especializaba no solo en ese raro y ubicuo “foquismo” (que detectamos al inicio de los 90) sino que se diversificaba para fundir las editoriales que lo alojaban. ¿Una estética de la depuración? El escritor ya había respondido, durante un seminario en Rosario que terminó con una novelita suya y varios enemistados, que no es un escritor “con humildes lectores, sino solo con lectores de lujo”.
Me pregunto si Aira habrá sustraído libros de cada tirada, a modo de fideicomiso o seguro de vida. O, poniéndonos aún más conservadores, si acaso no reimprime justo aquellos de los que le ha quedado remanente: libros rescatados de los saldos y la reducción de ejemplares sobrantes a pulpa. ¿Será él mismo Moreira & Cía?
Algunos (coincido en esto con Luis Chitarroni) creímos durante años que El bautismo es “su mejor novela” –por lo menos, “la mejor de los años 90”, o “la mejor de sus novelas seudo gauchescas”; son tantos libros que el juicio solo es aplicable a una categoría por vez. El siempre se negó a reimprimirla, por considerarla “una tour de force demasiado evidente”, y ahí está, a $1000, con esa misma tapa perpetua, áspera, con su fresco de colores desvaídos. Otros prefieren La trompeta de mimbre; cuesta $ 2000. Son figuritas difíciles. A aquella melancolía de las mesas de saldos, el escritor responde hoy, no con una sonrisa seria, sino con una carcajada. NR
Fuente: Clarín